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El día que el Titanic dejó de ser titánico

Se cumplen 110 años del hundimiento del barco más famoso de la historia. Cuando zarpó al mar, después de 26 meses de construcción, sólo pudo navegar cuatro días hasta chocar con un iceberg. En ese 1912 fue promocionado como un coloso indestructible y seguro. Visto desde hoy, con todos los avances tecnológicos, no fue tal. Había dos argentinos a bordo.


Por Gabriel Michi



Cuando se menciona que algo es "titánico" la mente puede viajar hacia el verdadero origen de la palabra en la mitología griega y que refería a a los titanes gigantes. Pero, en tiempos modernos, lo "titánico" suele rememorar en algún lugar de la psiquis al barco más famoso de historia de la Era Contemporánea: el Titanic. Ese coloso de la ingeniería humana que en la previa de aquel fatídico 14 de abril de 1912, cuando terminó sucumbiendo por un iceberg, era promocionado como una nave indestructible y lujosa, que venía a revolucionar el mundo de la náutica, no sólo por ser el barco más grande jamás imaginado, sino también por la evolucionada tecnología con que contaba.


Visto con los ojos de hoy, el Titanic no sería tan "titánico". O, por lo menos, ese día dejó de serlo. Si se lo compara con las embarcaciones de pasajeros que existen en la actualidad (como se ve en la ilustración) sería un barco de mucha menor cuantía. De hecho, aquel coloso medía 269 metros de eslora (largo) y 28 metros de manga (ancho). Pesaba unas 46.000 toneladas y tenía capacidad para 3.200 personas (2.300 pasajeros y 900 tripulantes). Hoy el buque de pasajeros más grande del Mundo es el "Wonder of the Seas" y mide 362 metros de eslora (largo) y 64 metros de manga (ancho). Además tiene un peso de 236.000 toneladas y una capacidad de 9.300 personas a bordo (7.000 pasajeros y 2.300 tripulantes). O sea, no hay punto de comparación entre unos y otros. Pero, claro, hay que analizar las épocas en que fueron construidos cada uno de ellos.


Sin embargo no es el único aspecto para sentenciar que el Titanic no fue tan "titánico". Más allá de la evidencia que salta a la vista con el hecho del hundimiento, también quedó en claro que no estaba preparado en caso de enfrentar un naufragio como el que le tocó vivir. Sólo tenía botes salvavidas para 962 personas. Y en el barco al momento del impacto con ese iceberg en el Mar de Terranova (Canadá) había 2.223 personas a bordo (entre pasajeros y tripulación). De ellos sólo pudieron sobrevivir en esas heladas aguas unas 711 personas. Más de 1.500 murieron en el barco mientras se hundía o en el gélido océano. Encima, si bien la orden fue priorizar a mujeres y niños en los botes, hubo una escandalosa discriminación por clases sociales (favoreciendo a los ricos por sobre los más humildes) e incluso hombres de la tripulación o de la empresa Olympic (la dueña del Titanic) que lograron sobrevivir por haber desplazando a otros que debían ser considerados como prioritarios.


El impacto que generó el hundimiento del célebre transatlántico recorrió el Mundo que observó estupefacto cómo, a sólo cuatro días de haber zarpado del puerto inglés de Southampton y tras haber pasado por Cherbourg (Francia) y Queenstown (Irlanda), rumbo a Nueva York, el gigante "insumergible" se sumía para siempre en el fondo del mar, a apenas 500 kilómetros de la isla canadiense de Terranova.




Previo a ese trágico final, la venta de las cualidades del Titanic había recorrido todo el Planeta, a tal punto que la tentación por participar de ese viaje inaugural sedujo a muchos ciudadanos de distintos países. Incluso pagando precios exorbitantes, sobre todo en las "Primera Clase". Un ticket en esa categoría cotizaba en 4.350 dólares de entonces, lo que equivaldría a 125.000 dólares actuales. Aquellos privilegiados multimillonarios que compraron esos boletos fueron en muchos casos los primeros en lograr un salvoconducto, mientras que la orquesta del Titanic se mantenía indemne en su cubierta tocando su música hasta último momento, hasta ese final con "Nearer My God to Thee" ("Más cerca de ti, mi Dios"), un himno cristiano decimonónico escrito por Sarah Flower Adams y basado en un pasaje del Génesis.


El impacto contra el iceberg se había producido poco antes de la medianoche de aquel 14 de abril de 1912 y el coloso se hundió a las 2:20 de la madrugada del 15 de abril, luego de que el gigante se partiera en dos. Hoy yace a 3.800 metros de profundidad. Después de muchos intentos en la historia, los restos del coloso fueron hallados el 1 de septiembre de 1985.




En el Titanic viajaban dos argentinos: el cordobés Edgar Andrew, nacido en Río Cuarto, y la bahiense Violeta Constance Jessop, quien formaba parte de la tripulación. El joven Edgar, de apenas 19 años, estaba accidentalmente en el buque ya que tenía previsto ir a EEUU (a la boda de su hermano en Nueva Jersey) unas semanas después, pero el viaje se suspendió por una huelga de los carboneros. Entonces, la empresa Olympic (dueña de ambas embarcaciones) le ofreció un lugar en el Titanic. Andrew la aceptó a regañadientes porque el adelanto le generó que no pueda reunirse con Josefina Josey Cowan, una joven amiga porteña, como lo había planeado. Cuando en el año 2000, casi 90 años después de la tragedia, se encontró su valija en el mar, con distintos objetos personales que estaban bastante bien conservados, dentro de ella había una carta manuscrita por Edgar, que casi como un deseo desgraciadamente premonitorio decía: "Figurese Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano"


Aquellas palabras suenan con más dramatismo hoy, conociendo el final de la historia. No sólo porque el buque se terminó hundiendo sino porque el propio Edgar Andrew falleció en esa catástrofe después de tener un gesto heroico y haberle entregado su propio salvavida a la maestra inglesa Edwina Troutt, a quien apenas había conocido esa noche durante la cena.


En el caso de la otra argentina que estaba en el Titanic, Violeta Constance Jessop, que había nacido en Bahía Blanca pero vivía en el Reino Unido, la historia tuvo otro final. Esta mujer, que era una de las pocas que formaban parte de la tripulación (23 de 900 empleados en total), era camarera en unos de los salones lujosos de "Primera Clase". Se Salvó justamente por aquella premisa que establecía: "las mujeres y niños primero". Y estando en el bote salvavidas también tuvo un papel heroico cuando rescató a un bebé, arropándolo en medio del gélido escenario. Ese bebé, años después, cuando ya era un hombre, la llamó a Jessop para agradecerle su vida. Una curiosidad, Violeta logró sobrevivir a otros dos naufragios, el primero en 1911 cuando el transatlántico Olympic chocó contra un buque de guerra frente a las costas británicas y otro, cuatro años después del Titanic, en 1916, cuando los alemanes atacaron el Britannic, durante la Primera Guerra Mundial, donde se desempeñaba como enfermera de la Cruz Roja. Su historia, la que pudo contar con mucha lucidez hasta los 100 años de vida, fue retratada en un documental de la BBC, que se llamó "Miss Inhundible". Quizás para ella sí quede ese seudónimo. Pero no así para el Titanic, el coloso de los océanos que un día dejó de ser "titánico".


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