La emotiva historia de la monja que rompió los protocolos para despedir al Papa Francisco
- MundoNews
- 24 abr
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Actualizado: 24 abr
Sor Geneviève Jeanningros es sobrina de Léonie Duquet, una de las monjas francesas secuestradas por Astiz en la dictadura. Pudo estar al lado del cajón del Pontífice con quien entabló una gran amistad. Vive en una casa rodante y ayuda a transexuales y prostitutas.
Por Gabriel Michi

Un cuerpo frágil pero con un espíritu fuerte. Una postal sorpresiva vista por todo el Mundo. Una monja de 81 años parada frente al féretro del hombre que todos lloran, el Papa Francisco. Y ella ahí, en un lugar privilegiado, en primera fila, rompiendo todos los protocolos y llegando adonde casi nadie podía llegar. Pero como si la sola imagen ya merecería ser contada, su propia historia tiene tantos ribetes que no alcanzaría un libro (y mucho menos una crónica) para poder detallarla. Y es que esa historia cruza el pasado con el presente; la dictadura argentina con los marginados de la Italia actual; el dolor de los antiguos y los nuevos sufrientes. Y el espíritu religioso de varios de sus protagonistas. Sor Geneviève Jeanningros (81), es una religiosa francesa que entabló una profunda amistad con el Sumo Pontífice argentino y por eso es que pudo pararse frente a su ataúd en la Basílica de San Pedro para despedirlo entre lágrimas. Y es la sobrina de Léonie Duquet, una de las monjas secuestradas y desaparecidas (junto a Alice Domon) en 1977 durante la última dictadura militar en Argentina por acción del siniestro represor Alfredo Astiz.
Esa cercanía con Francisco y esas historias comunes, además de las visitas al Papa, fueron claves para que los guardias de seguridad y la Guardia Suiza le permita permanecer en un sector donde sólo se permitía estar a cardenales y obispos que debían cumplir un firme protocolo que con ella fue más laxo. La monja rompió todos los esquemas y, a medida que se conocía quien era, las caras de emoción se multiplicaron mientras los ojos del Mundo se posaban en esa religiosa que llevaba una humilde mochila al hombro y se plantó en silencio sollozando frente al cuerpo de Jorge Bergoglio. Nadie quiso interrumpir ese homenaje.
Pero no solo su pasado familiar fue lo que generó semejante conmoción. Ella misma es protagonista de una vida admirable ya que vive en una casa rodante en Ostia, en las afueras de Roma, donde desde hace más de cinco décadas brinda ayuda a las personas más marginadas, entre ellas, mujeres transexuales y prostitutas. Geneviève Jeanningros, a quien Francisco llamaba “la enfant terrible”, fue la que lo acercó al Papa a la realidad y los padecimientos de la comunidad trans, a quienes llevaba a las audiencias de los miércoles en el Vaticano, junto con otros grupos LGTB+, nómades y artistas circenses.
Esta religiosa fue clave en la asistencia a las personas más vulnerables en medio de la pandemia. Esos esfuerzos, concretados junto al cardenal Konrad Krajewski, fueron fundamentales para que los sufrientes puedan, ni más ni menos, seguir con vida. La cercanía de Jeanningros con el Papa permitió que Francisco visite el parque de atracciones de Ostia, el 31 de julio de 2024, para bendecir una imagen de la "Virgen protectora del espectáculo ambulante y del circo" y acercarse a los pobladores locales, muchos ellos caídos del sistema.
Por gestión de su amiga monja, el papa Francisco también mantuvo cuatro reuniones durante 2022 con grupos de personas transgénero que encontraron refugio en una iglesia de Roma, en un apartado durante una audiencia general de los miércoles. En el encuentro, además de la hermana Genevieve Jeanningros, estuvo el reverendo Andrea Conocchia. Ambos religiosos fueron fundamentales en la acogida que la comunidad de la Santísima Virgen Inmaculada (en el barrio de Torvaianica, en las afueras de Roma), le dio a las personas transgénero durante la pandemia de Coronavirus. “Nadie debería sufrir injusticias ni ser descartado, todos tienen la dignidad de ser hijos de Dios”, afirmó la hermana. Y sus palabras son coherentes con sus acciones. Y con su vida. Una vida atravesada por múltiples dolores, pero a la que le dio pelea con su corazón gigante y su fe. Y con la ayuda de un gran amigo: el Papa Francisco. Ese al que despidió, rompiendo con todos los protocolos, con su frágil cuerpo frente al ataúd pero con toda la fuerza que siempre tuvo.

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