El intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner revela la locura que vive la Argentina con una grieta que abduce todo y se traduce en violencia. El atacante, un brasileño que vivía en el país desde hace años, disparó en dos oportunidades pero la bala no salió. Hasta el momento no se encontraron vínculos políticos. Antecedentes.
Por Gabriel Michi
Argentina estuvo al borde de una guerra civil. Una oportuna falla de un arma o la inexperiencia del tirador fueron el último escollo para que eso ocurra. El intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner es un hecho sin precedentes inmediatos en la historia argentina. Y hubiese sido una tragedia de haberse concretado. Primero que nada desde lo humano, por la pérdida de la vida de la ex presidenta. Pero también desde lo político, por lo que un crimen de estas características significa. Más si se tiene en cuenta la centralidad en la escena pública que CFK representa. Y las pasiones que despierta, a favor y en contra. En momentos en los que ella misma era noticia por el enorme respaldo popular que estaba escenificado en su vivienda con la presencia diaria de miles de militantes que le dan su apoyo en las inmediaciones de su departamento, tras el pedido de 12 años de prisión por parte del fiscal Diego Luiciani (por el caso conocido como "Vialidad"). En ese marco, el jueves 1 de septiembre a las 21:00 horas, cuando ella llegaba a su casa en Recoleta y saludaba a sus simpatizantes, un hombre sacó un arma y gatilló en dos oportunidades a escasos centímetros de su cabeza. Si esos disparos hubiesen salido del arma, la historia sería otra. Pero, afortunadamente, no ocurrió.
El atacante es un brasileño, nacionalizado argentino, que vive en el país desde 1994. Se llama Fernando Andrés Sabag Montiell. Tiene 35 años y residía en un monoambiente alquilado de la localidad bonaerense de San Martín. En su domicilio encontraron dos cajas con 100 balas que serían compatibles con la Bersa calibre .32 con la que intentó asesinar a la vicepresidenta y que tenía en su interior cinco proyectiles. El 17 de marzo de 2021 Sabag había sido detenido algunas horas por la portación de un cuchillo en su vehículo. Y, según trascendió, tenía antecedentes por violencia de género y violencia contra animales. El hombre fue inmediatamente retenido por los militantes que rodeaban a Cristina, frente a lo que muchos consideran una enorme falla en el personal de seguridad que rodea a la ex presidenta. En sus redes sociales figuraba como “Fernando Salim Montiel” y hay un dato que lo describe: estaba ligado a determinados grupos radicalizados fomentadores del odio. En una aparición pública hace unas semanas en el canal Crónica TV cuestionó -junto con su novia- a los beneficiarios de planes sociales que entrega el Gobierno.
Ahora, más allá de que todos los indicios hasta ahora indicarían que sería una persona que actuó en soledad (lo que se llama un "lobo solitario") y fuera de sus cabales, lo cierto es que este hecho ocurre en un contexto de enorme crispación política donde la lógica (ilógica) amigo-enemigo ha contaminado todo. No sólo la disputa entre los políticos sino la vida social y hasta familiar aparecen abducidas por la "grieta". Un fenómeno que no es nuevo ni tampoco una excepción en la Argentina actual. Pero que se agravó, por su virulencia, en los últimos tiempos. Los discursos del odio se han disparado de un lado y otro de la "grieta", pero también han permitido la irrupción de fenómenos antisistemas con una diatriba muy peligrosa para la democracia. Así lo revela, por ejemplo, el boom electoral que tuvo en las elecciones legislativas de 2021 el ultraderechista Javier Milei (tal como contó MundoNews en su nota "La libertad de odiar"), uno de los pocos políticos en no salir a repudiar el atentado contra Fernández de Kirchner.
Sin embargo, el intento de matar a CFK sí recibió el rechazo de gran parte del arco político nacional e internacional. En el plano local, más allá de obviamente del respaldo de todo el gobierno encabezado por Alberto Fernández a la vicepresidenta, también salieron a solidarizarse y condenar el hecho los principales referentes y partidos de la oposición. Por lo menos de aquellos que entendieron la gravedad institucional que significó este intento de magnicidio. Desde el PRO, la UCR hasta la izquierda. Claro que, siempre hay ovejas negras que minimizaron la gravedad del asunto y hasta se animaron a insinuar la posibilidad de un autoatentado. Un verdadera locura.
El Presidente Alberto Fernández -quien hace algunos días reconoció estar amenazado de muerte- dio un discurso casi a la medianoche del mismo 1 de septiembre y anunció un feriado nacional para el viernes 2 para llamar a la sociedad a reflexionar sobre la gravedad de lo sucedido y para que se movilicen en rechazo de la conducta criminal del frustrado asesino pero también para defender la democracia. Algo que -al cierre de esta nota- se repetía en todo el país. Una buena señal que queda un poco empañada por el hecho de que es tal el grado de polarización que vive la Argentina que casi la totalidad de los movilizados son personas que apoyan al Gobierno nacional. Esta era una buena oportunidad para que se muestren juntos todos los sectores políticos en rechazo de lo que pudo ser una verdadera tragedia. Y en defensa de las instituciones de la democracia. Pero no ocurrió. El odio, otra vez, pudo más.
Antecedentes históricos
Lo ocurrido este 1 de septiembre de 2022 cuando el brasileño-argentino Fernando Andrés Sabag Montiell intentó asesinar a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner es un hecho bastante excepcional en la historia de este país. Sobre todo después de la recuperación de la democracia en 1983, tras la noche más oscura de la dictadura militar. Aunque hay algunos antecedentes que vale la pena recordar.
Un episodio poco conocido -y revelado por este periodista en el libro "Cabezas: Un periodista, un crimen, un país"- ocurrió en 1997 cuando el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires logró zafar de un ataque con una bomba cuando transitaba, junto a su custodia, por un camino hacia la residencia de San Vicente. La camioneta Traffic en la que circulaban logró evitar un artefacto explosivo que pudo haberle quitado la vida a todos ellos. Desde su entorno sospecharon que el ataque pudo tener que ver con el posicionamiento de Duhalde en torno a la responsabilidad intelectual del todopoderoso empresario Alfredo Yabrán en el crimen del reportero gráfico de la revista Noticias José Luis Cabezas. Nadie resulto herido por este hecho, pero significó un enorme susto para quien luego sería presidente de Argentina entre 2002 y 2003.
Otro episodio lo vivió, en mayo de 1986, el entonces presidente radical Raúl Alfonsín, el primero jefe de Estado desde el retorno de la democracia. En una visita protocolar al comando del Tercer Cuerpo del Ejército en Córdoba, un grupo de avanzada de su custodia descubrió un artefacto explosivo de gran poder destructivo en una alcantarilla del camino por donde iba a pasar a Alfonsín. El segundo episodio ocurrió en octubre de 1989, cuando explotó una bomba muy poderosa en el edificio de Ayacucho al 100 en el que vivía provisoriamente el ex presidente y destruyó varios ambientes. Por suerte no había nadie en el lugar. Jamás se identificó a los responsables. Años después, el 23 de febrero de 1991, cuando ya no era más presidente, un hombre llamado Ismael Darío Abdalá intentó matarlo con un revolver en un acto proselitista en la localidad bonaerense de San Nicolás. Como en el caso de CFK, el disparo no salió y eso salvó la vida de Alfonsín. Abdalá fue reducido y detenido y luego, al comprobarse sus problemas mentales, internado en un hospital neuropsiquiátrico.
Juan Domingo Perón también sufrió varios atentados. En abril de 1953, en un acto de la CGT la Plaza de Mayo, Perón brindaba un discurso desde la Casa Rosada cuando dos bombas explotaron, una en la confitería del Hotel Mayo y otra la estación del subte. Murió una personas y hubo varios heridos. Se encontraron otros dos artefactos explosivos en el Nuevo Banco Italiano, que no estallaron por una falla técnica. Es importante recordar que dos años después en ese mismo escenario se daba uno de los hechos más negros de la historia argentina: el bombardeo militar contra la Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955, donde hubo más de 300 muertos y 800 heridos.
Pero más atrás en el tiempo hubo otros intentos de magnicidio en la Argentina:
- En 1841, Juan Manuel de Rosas -en medio de la guerra entre unitarios y federales- recibió una caja con supuestas medallas que en realidad tenía un artefacto explosivo preparado para detonarse cuando se abriera el receptáculo. Por una falla no estalló.
- El 11 de abril de 1870, un grupo de sicarios comandados por su principal general Ricardo López Jordán entró en su residencia, el Palacio San José en Entre Ríos, y terminó con la vida de Justo José de Urquiza.
- El 21 de agosto de 1873 intentaron matar a Domingo Faustino Sarmiento. Fue en una emboscada en la que tres hombres lo cruzaron en la esquina porteña de Corrientes y Maipú y le dispararon, pero el arma explotó e hirió en el brazo a uno de los atacantes.
- El 10 de mayo de 1886, el entonces presidente Julio Argentino Roca debía abrir las sesiones ordinarias del Congreso Nacional, cuando un hombre (Ignacio Monje) se abrió paso entre la multitud con una piedra en la mano y golpeó la cabeza del mandatario. Intentó darle un segundo impacto pero lo frenó el ministro de Marina, Carlos Pellegrini.
- En 1881, durante el Gobierno de Pellegrini, Roca sufrió otro atentado pero con arma de fuego. Le dispararon pero la bala impactó en la parte superior del vehículo y resultó ileso.
- En 1905, el entonces presidente Manuel Quintana logró zafar de un ataque con balas propiciado por un militante anarquista catalán, Salvador Enrique José Planas y Virella, que fue detenido.
- El 28 de febrero de 1908, José Figueroa Alcorta fue atacado por Francisco Solano Rejis, cuando el mandatario llegaba a su casa con una fuerte custodia, pero fracasó. Días antes, su esposa había recibido una canasta con un explosivo conectado a un reloj.
- En 1916, Hipólito Yrigoyen logró evitar ser asesinado por el anarquista Juan Mandrini. Pero no fue el único atentado contra el dirigente radical. En 1919, otro anarquista -el italiano Gualterio Marinelli- fue abatido cuando buscaba asesinar al primer mandatario.
Un capítulo aparte merece lo ocurrido en el Senado de la Nación, el 23 de julio de 2935 cuando -por las denuncias contra los frigoríficos extranjeros y el Pacto Roca-Ruciman- buscaron asesinar al demócrata cristiano Lisandro de la Torre. Ramón Valdez Cora realizó una serie de disparos contra él pero que impactaron en el cuerpo de su discípulo y senador electo Enzo Bordabehere, quien quiso protegerlo. Bordabehere falleció a causa de los disparos recibidos.
La historia argentina cuenta con esos hechos de violencia, algunos que -por suerte- fracasaron. Los intentos de magnicidio, en general, no lograron concretarse. Pero eso no le reta gravedad al asunto. Y al dato más preocupante es que el odio puede llevar hasta a la muerte. Como ocurrió ayer con Cristina Fernández de Kirchner. Y ese es el límite que no se puede pasar. Por la democracia. Y por todos.
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