Mientras que en muchos lugares del Mundo el hecho de trasladarse es uno de los ítems más caros de la vida cotidiana, hay otros en los que avanzan en sentido contrario. La gratuidad no sólo es una cuestión económica sino que también busca proteger el medio ambiente.
Por Gabriel Michi
El viernes 7 de julio fue un día caótico en la Argentina, sobre todo en Buenos Aires y sus alrededores. Un paro en el sistema de transporte, en particular en los colectivos (aunque también se sumó la línea de trenes Sarmiento) generó una situación que le complicó la vida a miles de personas. El gobierno nacional acusó a las empresas de ser las responsables de la situación ya que el Estado ya había depositado unos 27.000 millones de pesos en concepto de subsidios para que se les pague los salarios de los trabajadores, algo que las compañías no habrían trasladado. Eso llevó a la huelga de los choferes que paralizaron al país. Y allí surgió un recurrente debate sobre el uso de los subsidios (que financian el 85% del valor del pasaje de los ciudadanos) y la responsabilidad del Estado en la falta de controles sobre empresarios que se enriquecen merced de esa situación, sin garantizar un sistema de transporte acorde a todo lo que reciben. También aparecieron voces de quienes creen que el Estado debe reducirse a su mínima expresión y eliminar todos los subsidios, algo que multiplicaría el costo del transporte para los bolsillos de los trabajadores que ya vienen muy castigados por la situación económica y la altísima inflación. Esa lógica de libre mercado provocaría aún más marginación a los sectores más vulnerables. Pero si bien el costo del transporte público es algo que suele ser muy elevado en muchos lugares del Mundo, en especial a los países de las grandes potencias, cada vez más aparecen experiencias que van hacia la gratuidad del mismo. Y tienen sus razones, totalmente lógicas.
En muchos casos esas iniciativas de volver gratis el sistema de transporte público tiene que ver con cuestiones vinculadas con la protección del medio ambiente y los compromisos para desacelerar el calentamiento global y el cambio climático, reduciendo la utilización de los combustibles fósiles. Entonces, si se utilizan medios de transporte comunes que llevan a más personas y se desalienta el uso de los automóviles particulares, la emisión de gases de efecto invernadero y la menor demanda de esos combustibles ayudaría a los objetivos de reducir el calentamiento global, algo más acorde a los compromisos asumidos en las distintas cumbres que se vienen sucediendo desde hace años.
Además hay otras razones que tienen un basamento económico y hasta geopolítico. Algo que quedó expuesto con la guerra entre Rusia y Ucrania y el intento de los países europeos de tener una menor dependencia del petróleo ruso. Además de cuestiones vinculadas con la calidad del aire: según un informe de las ONU, su contaminación sigue siendo el mayor riesgo para la salud pública en Europa, con aumentos repentinos relacionados con la ola de calor del verano en el continente.
Así fue como aparecieron experiencias como la de Luxemburgo y Malta, en una Unión Europea donde el transporte aporta una cuarta parte de las emisiones contaminantes anuales totales y el 60 % de eso proviene del uso del automóvil. Para Olga Algayerova, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para Europa de las Naciones Unidas, este continente debe reducir la contaminación del aire y la congestión del tráfico. Y pare eso es que surgen estos movimientos que buscan, a través de las tarifas gratuitas, ayudar a posicionar el transporte como un bien público, lo que además promueve un acceso más equitativo para los pasajeros de bajos ingresos. Y potencia los esfuerzos para bajar los índices de contaminación.
Los defensores de estas medidas sostienen que otros beneficios se relacionan con un alivio financiero para los europeos que enfrentaron en los últimos tiempos una inflación a la que no están acostumbrados y que fue empujada en gran medida por el aumento de los costos de energía derivados de la guerra en Ucrania . El esquema de tarifas gratuitas también apunta a atraer de nuevo a un segmento de viajeros que cambiaron al uso de vehículos privados durante la Pandemia.
A fines del año pasado, Malta se convirtió en el segundo país del Mundo en hacer que el transporte público en su territorio sea gratuito. La primera nación en eliminar estas tarifas de transporte fue Luxemburgo en 2020, y existen docenas de ciudades europeas más que se unieron de forma independiente. La lista de destinos con tarifas gratuitas creció mucho en Europa en los últimos tiempos: entre las propuestas están Ginebra (Suiza), Akureyri (Islandia), Livigno (Italia) y Dunkerque (Francia). Sin embargo, no todos los destinos ofrecen tarifas gratuitas a los turistas. En muchos de esos lugares la gratuidad sólo está reservada para los residentes. Así ocurre en Malta como también en Tallín, la capital de Estonia.
Es bueno aclarar que este fenómeno no ocurre sólo en Europa sino que hay más de 100 ciudades de todo el mundo que hoy ofrecen algún tipo de transporte público gratuito, con este tipo de iniciativas apareciendo en sitios selectos de los EE. UU., Australia y muchos otros.
También hay lugares donde decidieron estas medidas en algunos medios de transporte para fomentar su uso (como por ejemplo ocurrió en España con los trenes en algunos trayectos seleccionados), otros que plantean reembolsos en algunos lugares (como ocurrió hasta mayo pasado en algunas regiones de Italia) u otros que decidieron abaratarlos, como fue el caso de Alemania (pases de viaje nacionales a 9 euros por mes durante el verano) o Austria (que lanzó un pase continuo de 3 euros al día para el transporte nacional en 2021 y que sigue vigente). Hay proyectos de que todo el transporte público sea gratuito en París para el 2026.
Así, mientras en Argentina se debate por mantener los subsidios o no al transporte público, en países y ciudades desarrolladas cada vez más se va hacia la gratuidad del sistema, con fines económicos pero también medioambientales. Mirando el presente y también el futuro.
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