Luego de varios días de cobertura del conflicto bélico, el equipo de C5N fue detenido ilegalmente, incomunicado y lo obligaron a dejar Ucrania. Durante el durísimo interrogatorio los Servicios de Inteligencia locales intentaron acusarlos, falsamente, de espionaje. Debió intervenir la Cancillería argentina para garantizar su seguridad hasta arribar a Polonia.
Por Gabriel Michi
Viernes 11 de marzo de 2022. Amanecimos con la noticia de que Rusia había bombardeado tres ciudades en Ucrania. En dos de ellas, ya lo había hecho con anterioridad: Lustk (donde habíamos estado) y Dnipro. La tercera era una novedad: los misiles rusos cayeron, por primera vez, en un aeropuerto mixto (parte civil y parte militar) de la ciudad de Ivano Frankivsk, a 150 kilómetros al sur de Lviv, donde nosotros estábamos asentados como gran parte de la prensa internacional. Entonces le dije a mi camarógrafo Leo Da Ré (con quien realizamos la cobertura para el canal de noticias argentino C5N) que vayamos detrás de esa noticia. Era un hecho periodístico relevante por varias razones: por el bombardeo en sí, porque era la primera vez que ocurría ese ataque en un lugar tan cercano a Lviv, porque habían disparado sus misiles contra un aeropuerto que también usaban los civiles y porque esa embestida se acercaba muy peligrosamente a la frontera de Ucrania con sus vecinos Polonia, Eslovaquia, Hungría, Rumania (todos integrantes de la OTAN) y Moldavia. Antes de salir para el destino le pregunto a una prestigiosa y reconocida corresponsal de guerra argentina, Karen Marón, si quiere venir, algo que inmediatamente acepta. Es común que en las coberturas de un conflicto bélico haya mucha solidaridad y compañerismo entre los periodistas de distintos medios, y se realicen misiones conjuntas o en "pool". Hacia allí partimos.
En el camino, nos detuvimos en el ingreso a un pueblo, Bibrka, desde donde hicimos una salida en vivo para el canal. Allí contamos hacia donde estábamos dirigiéndonos, qué íbamos a cubrir y cuáles eran las últimas novedades de la guerra. Cuando terminamos esa crónica, nos dirigimos al auto para seguir nuestro camino e inmediatamente se acercó un auto policial para preguntarnos qué hacíamos y pidiéndonos toda nuestra documentación y acreditaciones de prensa. Luego retomamos la ruta H09 y a lo largo del trayecto atravesamos varias barricadas donde nos solicitaron nuevamente todos los documentos. Nuestro vehículo tenía inscripto con cinta adhesiva amarilla la leyenda "PRESS", tanto en la parte delantera como en los costados, además de contar con carteles adhesivos en las ventanas con la inscripción "INTERNATIONAL PRESS" y sobre el torpedo delantero (visible desde el parabrisas) otros que nos identificaban como equipo periodístico de C5N de Argentina.
Atravesamos varios pueblos y ciudades (un total de 17, algunos simples caseríos rurales, otras verdaderas urbes) y en cada ingreso, como en los costados de las intersecciones con otros caminos importantes, proliferaban los rastros de la guerra: trincheras o barricadas por doquier y carteles que incentivaban al orgullo nacional, entre otras postales.
Finalmente, cerca de las 14:00 horas llegamos al ingreso a Ivano Frankivsk, una ciudad de poco menos de 240.000 habitantes, fundada en 1662. Allí nos detuvimos en una estación de servicio para cargar combustible y tomar unos capuchinos para matizar un poco el hambre y el frío, y pusimos en el GPS la palabra "AIRPORT", para llegar al lugar bombardeado. En el trayecto nos llamó la atención lo distante que quedaba del casco de la ciudad, mientras nos sumergíamos en un clima cada vez más frío con los costados de la ruta completamente nevados.
Cuando llegamos al destino al que nos había dirigido el GPS nos dimos cuenta que era un aeropuerto militar (y no mixto como el que buscábamos) y que no había rastros de ningún bombardeo. Bajamos del auto para hablar con los militares que estaban de guardia. Sólo uno hablaba un poco de inglés. Le explicamos que éramos periodistas de Argentina, les mostramos toda nuestra documentación y les señalamos que estábamos en ese lugar para cubrir el tema del bombardeo. Los uniformados nos informaron que ese no era el aeropuerto atacado, que no podíamos hacer nuestro reporte allí y que debíamos permanecer hasta que llegase un superior que sí fuera angloparlante. Así lo hicimos.
A los minutos llegó un grupo de alrededor de 20 militares que con sus armas largas nos rodearon y el que estaba al mando nos empezó a interrogar y a increpar por estar en ese aeropuerto. Le explicamos y le mostramos que hasta allí nos había conducido el GPS y nos repetía que eso no podía ser posible porque se suponía que era una locación militar amparada en cierto secreto. Observaron una y otra vez nuestra documentación (pasaportes argentinos, credenciales de prensa, cartas del canal dando cuenta quiénes éramos, además de la certificación de que habíamos enviado la solicitud de acreditación ante las autoridades militares ucranianas) pero nada pareció convencerlos. Entonces nos dijeron que debíamos acompañarlos hasta una dependencia militar para ser interrogados por otro oficial y un uniformado con su arma larga se subió a nuestro vehículo y a Leo, el camarógrafo, lo llevaron en una camioneta llena de militares, a la que tuvimos que seguir.
Durante todo el trayecto nos preguntamos qué era lo que buscaban, porque si bien nosotros -como muchos periodistas de distintas partes del mundo- habíamos tenido algunos inconvenientes en esas barricadas ruteras donde sólo había civiles armados, nunca de había llegado tan lejos, y mucho menos cuando los controles eran hechos por militares. Lo concreto es que nos condujeron a un edificio muy escondido, al que ingresamos por una puerta trasera donde abundaban las bolsas de arena protegiendo la entrada. Después nos enteraríamos que ese edificio era de la Policía.
Subimos a un primer piso. Entramos a una oficina donde nos ofrecieron un café. Y nos dijeron que debíamos esperar a que llegue nuestro interrogador. Todo esto nos lo decía el oficial, que era abogado, y que era el único que hablaba un inglés fluido. El resto, todo en un ucraniano inentendible para nosotros. Finalmente llegó el hombre que estaban esperando. Tenía una mirada fría y desconfiada, sólo hablaba ucraniano y era un jefe del Servicio Secreto de Inteligencia de Ucrania.
A todo esto, nos habían sacado los celulares. Es decir, estábamos incomunicados. Nadie sabía dónde nos encontrábamos ni qué estaba ocurriendo. Ilegalmente incomunicados porque en todo momento, mientras nos tomaban declaración, nos decían que estábamos allí en calidad de "testigos". No sólo nos secuestraron los celulares, sino que en un verdadero atropello a la Libertad de Expresión, al Secreto Profesional de los periodistas y a la privacidad de las personas (derechos que tienen una vigencia en todos los tratados internacionales aún en tiempos de guerra) hicieron copias de nuestros celulares en sus computadoras y hasta les sacaron fotografías a nuestras fotos familiares. Un verdadero despropósito. Además de borrar todo el material periodístico que teníamos grabado en nuestra cámara, aunque nada tuviera que ver con lo ocurrido en Ivano Frankivsk.
El interrogatorio fue subiendo de tono y decidieron separarnos, intentando buscar contradicciones en nuestras declaraciones, algo que obviamente no consiguieron. Ellos querían poder sustentar su tesitura de que nosotros estábamos realizando tareas de espionaje pese a haber visto los videos en Youtube que C5N publicó donde quedaba en claro nuestra labor periodística. Pero ellos insistían e insistían en su desconfianza. La situación se hizo más dramática cuando los militares supieron que Leo es un camarógrafo argentino que hace cuatro años que vive en Moscú. No importó que él les demostrase con pruebas concretas que no trabajaba para medios rusos sino que lo hacía para distintas productoras (él es un reconocido documentalista internacional) de Occidente. A partir de allí, la cosa se puso más complicada, en particular para el camarógrafo.
El tono inquisidor hacia mí y hacia Karen viró para intentar vanamente que lo inculpáramos a Leo de algo, cosa que no ocurrió. Pese a estar en diferentes habitaciones, nos mantuvimos unidos, cada uno preocupándose y preguntando por los otros dos. Ya habían pasado varias horas cuando una compañera del canal, Gabriela Carchak, se dio cuenta que de que algo extraño estaba ocurriendo con nosotros porque hacía mucho tiempo que no salíamos al aire con ningún reporte, cuando normalmente durante nuestra cobertura de la guerra lo hacíamos cada hora o cada dos horas. Como yo me había llevado el teléfono que le asignaron a ella en C5N, geolocalizó nuestra ubicación y pudo observar que hacía mucho tiempo que nos encontrábamos inmóviles en un edificio. Con su gran olfato y talento profesional pudo averiguar que se trataba de un edificio de la Policía. Y a partir de allí comenzó a llamar a ese celular con insistencia. Me dieron el teléfono para que le responda pero me dijeron que sólo le hable en inglés, para que ellos pudieran entender lo que le decía. Le aclaré que estábamos bien y que nos mantenían retenidos militares y no civiles (lo que hubiese sido mucho más complejo). Entonces ella me dijo que me quede tranquilo que ya iba a comunicarse con C5N y con la Cancillería argentina. En ese momento que me permitieron ver el celular para atender a Gabriela pude observar que tenía varios mensajes de WhatsApp sin responder y llamadas perdidas de productores del canal que buscaron contactarme pero que no pudieron ya que los teléfonos no estaba en nuestro poder. Estos oficiales me volvieron a retirar el celular.
Al rato, los militares me empezaron a cuestionar porque en el teléfono tenía una contestación mía a una persona en la que le decía en ucraniano "En 15 minutos estamos por allí". Les explique que mi interlocutora era la persona que nos había alquilado el departamento en Lviv por la aplicación Airbnb. Y ellos me preguntaban por qué no le respondí en inglés. Les expliqué que la mujer me había escrito en ucraniano por lo que supuse que no hablaría inglés y que había usado el Google Traslator para mandarle ese mensaje. Pero no me creían. Insistían en su sospecha de que yo hablaba ucraniano y que lo estaba ocultando, todo dentro de esa lógica conspiranoide de que para ellos éramos unos supuestos "espías".
En ese momento, cuando tenía mi celular en la mano para explicarles el motivo de esa comunicación, me entra al WP un mensaje de Ana Laura Cachaza, Directora de Asuntos Consulares de la Cancillería argentina. Les digo a los oficiales (el jefe de Inteligencia y el militar que oficiaba de traductor al inglés) que me estaban escribiendo del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Argentina y les pregunto si me permiten contestarle. La cara de ambos fue inolvidable. Se miraron con un dejo de preocupación. Hablaron entre ellos, obviamente en ucraniano. Y su gesto cambió, aunque no su actitud. Ya no tenían esa impronta de "dueños de la vida ajena" sin necesidad de dar explicaciones. Vieron que había un respaldo a nivel institucional del país y que podrían estar a las puertas de desatar un conflicto diplomático. Finalmente me dejaron responder, decir dónde nos tenían retenidos (era específicamente en Bogorodchany, dentro de la región de Ivano Frankivsk), quiénes estaban conmigo (Leo Da Re y Karen Marón) y la funcionaria me señaló que me quede tranquilo, que ya estaban sobre el tema y que se iba a comunicar conmigo la embajadora argentina en Ucrania, Elena Leticia Mikusinski.
Pasaron unos minutos nomás hasta que me sonó el celular y vi que la llamada provenía de la embajadora, a quien tenía agendada. Les pido autorización a los militares para atenderla. De mala gana me habilitan a hacerlo. Converso con Mikusinski y le explico la situación y ella me pide que la comunique con los oficiales así les hablaba en ucraniano. Ellos se negaron a atenderla. "No tenemos por qué hacerlo", me contestaron. Entonces la diplomática me pidió que ponga el parlante del celular. Allí comienza una discusión donde los oficiales la maltratan mientras ella les explicaba de buena manera que estaban cometiendo un error y que el gobierno argentino podía dar cuenta de nuestro trabajo como periodistas. Habían pasado ya más de 8 horas desde que nos habían detenido e incomunicado ilegalmente y, pese a la intervención de la Cancillería, no parecía que la pesadilla aún fuese a terminar.
De hecho nos retuvieron dos horas más después de esos llamados. Ya siendo las dos de la madrugada nos dijeron que Karen y yo nos podíamos ir pero que Leo se tenía que quedar. Les respondo que no aceptaba eso de ninguna manera: "Sin mi camarógrafo no me voy. No me muevo de acá". Entonces me señalaron que no podía quedarme en el interior de ese edificio policial. Así que con Karen nos fuimos al estacionamiento del lugar, pegado a la puerta donde nos habían ingresado, y nos metimos en nuestro auto. Estuvimos allí un buen rato, con la calefacción al máximo ya que afuera nevaba y hacían 10 grados bajo cero. Al rato bajó Leo y nos dijo que nos íbamos a tener que ir de ahí, que no nos iban a dejar quedarnos y que nos llevarían a un hotel cercano. Y nos pidió que volviéramos a primera hora porque a las 7 AM lo transladarían a otro lugar para declarar. Así fue. El hotel estaba a apenas cinco cuadras. No pudimos pegar un ojo en esas tres horas. Y antes de la hora señalada fuimos a esperar la salida de Leo. Finalmente lo sacaron en la camioneta de los militares y nos permitieron seguirlos.
El próximo destino para mi vapuleado compañero fue un edificio de Migraciones. Allí tampoco nos permitieron entrar a Karen y a mí. Por lo que permanecimos en la puerta en nuestro vehículo. Iluso fui a comprar tres cafés, pensando que quizás eso sólo sería un trámite. Pero no fue así. Mientras esperábamos comenzaron a sonar las sirenas que alertaban sobre la inminencia de un potencial nuevo ataque ruso, pero decidimos permanecer en el vehículo por si sacaban a nuestro compañero. Habían pasado más de tres horas cuando recibo un mensaje de Leo diciéndome "Gaby, ayudame que me quieren llevar preso". Subimos corriendo al tercer piso donde lo tenían retenido, mientras le aviso a la Cancillería y a la Embajada argentina en Kiev de la situación. No nos dejan entrar a la oficina donde lo retenían. Pero nos quedamos en la puerta, vigilando que no se lo lleven. Después de un rato, a los interrogadores de Migraciones les entró un llamado (por lo que pudimos averiguar estaba relacionado con el contacto de la embajadora argentina con el Ministerio de Interior ucraniano) y nos informaron que no lo iban a llevar detenido pero que sí lo iban a "deportar" a Polonia.
En realidad no corresponde ese término porque "deportar" sería enviarlo a su país de origen. Pero bueno. Fue una más de las irregularidades con las que se manejaron las autoridades militares ucranianas. Como el hecho de habernos hecho firmar una declaración en ucraniano, mientras que supuestamente nos traducían al inglés lo que decía (algo que no tiene ninguna validez legal porque tendrían que haber traído a alguien que traduzca al español y lo que nosotros rubricáramos debía estar en nuestro idioma) y tampoco nos permitieron llevarnos copia de ese escrito, algo que también choca con la legalidad. Como todo lo que hicieron al mantenernos en esa situación por tanto tiempo, sin que hubiésemos cometido ningún delito, ni siquiera una infracción. Según me han dicho distintos especialistas del Derecho Internacional, lo que sufrimos fue literalmente un "Secuestro" o una "Privación Ilegítima de la Libertad".
Ya con la tranquilidad de que Leo Da Re no iba a ser encerrado en una cárcel ucraniana (en medio de una guerra) y que la gestión de la Cancillería argentina había rendido sus frutos, comenzó el operativo retorno. Con los militares que lo custodiaban quedamos en encontrarnos en un punto de las afueras de Lviv para que yo le entregue las cosas a mi compañero y con Karen recogimos todo para volver a Polonia detrás de él y asegurarnos que realmente llegue a destino y no ocurra nada raro en el camino. Mientras tanto íbamos hablando no sólo con la embajadora argentina en Ucrania sino también con su par en Polonia, Ana María Ramírez, quien viajó -junto al funcionario Facundo Herrera- desde Varsovia a la frontera. Allí, en el paso que une Rava-Ruska (Ucrania) con Hrebenne (Polonia), los militares ucranianos "entregaron" a Leo a sus pares polacos. Ellos habían logrado llegar al límite geográfico entre ambas naciones mucho antes y sin tener que hacer la fila que nosotros sí tuvimos que hacer como simples ciudadanos. La presencia de la embajadora Ramírez fue clave para que Leo no tuviese que pasar más malos tragos en su regreso forzado a Polonia.
Con Karen Marón demoramos 10 horas más en cruzar la frontera, porque si bien no habían tantos kilómetros de cola de vehículos y micros llenos de refugiados ucranianos como los en los primeros días de la guerra, esa sangría continuaba. Y nosotros lo observamos y lo vivimos en carne propia, con esa eterna espera para cruzar. Cuando finalmente lo logramos hacer, la embajadora nos estaba esperando con Leo. Nos fundimos en un abrazo eterno. Como el de alguien que vuelve de una guerra. De hecho, de eso se trataba. Pero que en nuestro caso tuvo otras connotaciones y que se representaba en el fantasma de no saber si ese reencuentro iba a existir. Y si no se daba, cuál sería el destino del compañero de "aventura" durante la cobertura de la guerra.
Nos quedamos no sólo con el sabor amargo de la injusticia y los abusos por parte de ese grupo de militares y servicios de inteligencia ucranianos. Nos quedamos también con la bronca de no haber podido continuar con nuestro trabajo. El de ponerle palabras e imágenes a una guerra despiadada, llena de dolor e historias para contar, ante los ojos de miles de personas que necesitan saber qué está pasando. Cumpliendo el rol que el periodismo debe cumplir. Pero no nos dejaron. O al menos eso intentaron. Al otro día, cuando ya en Polonia empezamos el camino de regreso a Varsovia, paramos en un campamento de refugiados ucranianos que los polacos habían armado en la ruta. Desde allí transmitimos en vivo. Y contamos todo lo que veíamos. Ese dolor, ese desgarro, esa diáspora. Y al otro día hicimos lo mismo desde Cracovia. Fue una forma de decir que, a pesar de todo, seguíamos de pie. Con el mismo compromiso y con la misma responsabilidad. Y que no nos iban a silenciar. Pese a tener aquel triste desenlace. Ese final inesperado.
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