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El infierno, tras el infierno, tras el infierno...

Un incendio destruyó gran parte de Moria, el más grande campo de refugiados de Europa, ubicado en la isla griega de Lesbos. El fuego sería intencional, ya sea por parte de los asilados o por grupos de extrema derecha a raíz de casos de COVID 19 que aparecieron. Los migrantes huyen de guerras y hambrunas en sus países, llegan allí para alcanzar el "sueño europeo" que los salve y terminan en un centro donde sólo les esperan más desgracias.


Por Gabriel Michi



Huyen de guerras y hambrunas en sus países. Transitan miles de kilómetros siendo víctimas de todo tipo de persecuciones y con las redes de trata al acecho. Atraviesan fronteras donde son humillados, vejados y maltratados como si no fueran seres humanos. Cuando logran cruzar esas barreras, llegan a costas peligrosas para encarar el último tramo de su accidentada y obligada "aventura". Se suben a embarcaciones de una precaridad temible. Y algunos de ellos -sólo algunos porque la mayoría quedan en el camino y muchos hasta dejan su propia vida- alcanzan poner pie en el "sueño de la salvación", el "sueño europeo" que en su imaginario significa nada más y nada menos que la diferencia entre la vida y la muerte.


Pero cuando todo parece encaminarse hacia ese deseo, sobreviene otra pesadilla: la de los campos de refugiados. Allí serán retenidos días, meses, años, antes de alcanzar el supuesto salvoconducto -de nuevo, sólo para un puñado de ese puñado que quedó desde el viaje original- en un escenario donde lo único que abunda es la miseria y la deshumanización. Y, a veces, eso termina peor de como comenzó. Eso es lo que sufrieron los refugiados que "Sobreviven" (por decirlo de alguna manera), en el campamento de Moria, en la isla griega de Lesbos, el más grande de toda Europa. Ese lugar, la última puerta para los migrantes en el confín suroriental del Viejo Continente, se acaba de incendiar, destruyendo gran parte de las carpas donde más de 12.000 sufrientes pasaban el día a día de este infierno que les tocó vivir. Fue el infierno, tras el infierno, tras el infierno.


El único milagro positivo que dejó la tragedia fue que no hubo personas fallecidas. Pero sí algunos sufrieron los efectos del penetrante humo que inundó todo. No quedó casi nada. "La destrucción fue masiva" señaló Faris al Jawad, vocero de la ONG Médicos Sin Fronteras. quien contó que vio a "miles de personas huyendo como en un éxodo del infierno en llamas”.

Ahora, gran parte de esas 12.000 refugiados se han quedado sin siquiera ese precario techo de lona que los albergaba, en un campo que comenzó a funcionar hace 5 años y cuya capacidad máxima estaba prevista para un cuarto de los que hoy es: unas 3.000 personas. El cálculo que han hecho las organizaciones humanitarias que todos los días se desviven por ayudarlos es que se perdió entre el 35% y el 40% de las carpas que funcionaban como hogares para esos refugiados.





El fuego se extendió por los campos de olivos que rodean al campamento de Moria. Y, en principio, todo indica que fue provocado. Entre las hipótesis en danza se habla de que pudieron ser grupos de extrema derecha que incendiaron el lugar no sólo ya por el odio que suelen manifestar ante la presencia de migrantes en su territorio, sino por la aparición de casos de COVID 19 entre los refugiados. La otra versión también ubica el origen del conflicto en la aparición del Coronavirus en Moria, pero que habrían sido los propios asilados los que provocaron el incendio por el reforzamiento de los aislamientos y las medidas de seguridad que habrían dispuesto las autoridades a cargo del campamento.


Desde marzo en Moria se aplican medidas muy estrictas de control del virus y hace apenas una semana, al detectarse un caso en el lugar, que luego se extendió a unas 35 personas, el lugar fue puesto bajo cuarentena y los casos positivos fueron trasladados a una zona especial para ser aisladas del resto de la población y así evitar que se siga propagando.


Las sospechas de que el fuego se originó en forma intencional están abonadas en que hubo tres focos que se encendieron en forma simultánea, en distintos puntos del campamento. Hubo miedo, caos, enojo y furia de parte de los refugiados que hace tiempo vienen denunciando las condiciones infrahumanas en las que transitan sus días y, también, las privaciones a las que son sometidos por aquellos endurecimientos de las medidas restrictivas producto del COVID 19. La desesperación se vio reflejada también en que los migrantes tuvieron que escapar corriendo por sus propios medios y llevándose las escasas pertenencias que tenían en sus carpas.


Pero pronto también se encontraron con un nuevo obstáculo: las fuerzas de seguridad bloquearon la ruta que une Moria con Mitilene, la capital de Lebbos, distantes 7 kilómetros entre sí. Buscaron, de esa manera, evitar que los refugiados lleguen a esa ciudad. Y allí se sucedieron una serie de peleas y enfrentamientos entre los migrantes y los habitantes de la localidad de Moria.





Hace meses que esos tironeos se dan casi a diario. Sólo que ahora el cuadro se ha potenciado. Hay raptos de violencia y xenofobia que emergen en cada momento, y eso aumenta con los temores que se generalizan por la expansión del COVID 19. Y, encima, las autoridades griegas sólo alimentan ese odio hacia los migrantes cuando desliza el peligro de contagios que ellos acarrean, pese a que está demostrado que el nuevo brote que se disparó en territorio helénico no llegó con los refugiados sino con la llegada de turistas a través de lujosos cruceros. Sin embargo el Gobierno central ha dicho que cerrará la isla para impedir que nadie salga de allí y así evitar la propagación del Coronavirus. Para eso envío tres escuadrones de la policía antidisturbios para reforzar a las fuerzas de seguridad locales.


Los incendios comenzaron en la noche del martes 8 y el miércoles 9 de septiembre, pero luego se iniciaron nuevos focos en distintos puntos. El jueves 325 niños no acompañados fueron evacuados de la isla a Salónica, en suelo continental. Fueron llevados en tres vuelos que puso a disposición el gobierno griego y la Organización Internacional de las Migraciones (OIM). Luego serán trasladados a aquellos países que los quieran acoger. Mientras, otro centenar esperan un destino en instalaciones de Unicef. Otras personas consideradas vulnerables serán alojadas por el gobierno helénico en un ferry que permanecerá anclado en el puerto de Mitilene. También enviarán dos buques de la Armada para darle cobijo a otros refugiados. Pero todo parece poco frente a la dimensión de la tragedia y la gran cantidad de personas que se quedaron sin ese precario techo que tenían en sus carpas que oficiaban de hogar. Por ello, el Ejército griego planea repartir nuevas tiendas de campaña, aunque el gobierno aclaro que si bien su idea es reconstruir Moria, lo hará no para que vuelva a ser un campo de refugiados, sino para convertirlo en un centro de detención. Otro golpe más contra esta población de refugiados que no para de recibir todo tipo de exclusiones.


Y, encima, las autoridades locales de la isla de Lebbos y de su capital, tampoco están muy dispuestos a la permanencia en el lugar de los inmigrantes. De hecho, el alcalde de la isla, Stratis Kytelis, no quiere que se reconstruya el campo de refugiados de Moria y exige el traslado al continente de todos ellos. “Llevamos tiempo insistiendo en que hay que descongestionar la isla, no es posible que una estructura pensada para 2.800 personas acoja a 12.000”, señaló.


La actitud del gobierno del primer ministro Kyriakos Mitsotakis lejos de querer aquietar las aguas, lo que hace es agitar más maremotos. Por ejemplo, el portavoz del Ejecutivo, Stelios Petsas, sostuvo que sólo los menores no acompañados serán transferidos fuera de Lesbos. “Algunos no respetan el país que les acoge. Pensaban que incendiando Moria podrían abandonar la isla; pueden olvidarse de ello”, amenazó.





En tanto, las organizaciones de la sociedad civil que trabajan en defensa del derecho y la asistencia a los refugiados le exigen al gobierno central que evacue a todos los que fueron víctimas de este incendio descomunal. Un documento firmado por 31 organizaciones de derechos humanos con presencia en Grecia que sostiene; “Urgimos a las autoridades griegas a que trabajen en un plan coherente para utilizar todos los recursos disponibles, incluidos los de la Unión Europea, y renovamos nuestro llamamiento a que los líderes europeos compartan la responsabilidad para la recepción y el apoyo a los solicitantes de asilo”. Y también hacen un llamamiento para que el Ejecutivo deje de usar un “lenguaje inflamatorio” y ayude a “reducir el riesgo de violencia”, algo que parece en las antípodas de sus dichos y de sus acciones.


Este incendio volvió a poner en evidencia el drama que sufren los refugiados. En el caso del campamento de Moria vieron como todos los sueños de salvación se convirtieron en una pesadilla interminable. Allí habían llegado escapando de sus propios dramas en sus países: Siria, Irak, Afganistán, el Congo, entre otros infiernos. Se lanzaron en gomones o barcazas a punto de hundirse a cada segundo, desde la costa de Turquía, para atravesar esas aguas del Mar Egeo hasta esa puerta de entrada a Europa representada por ese territorio insular de Lebbos. Grecia se ha convertido nuevamente en el lugar de más arribos de este tipo de inmigración forzosa en Europa. En 2019, de los 194.000 refugiados que llegaron de esa manera a territorio del Viejo Continente, tres de cada 10 lo hicieron por las islas griegas. Y de esos 65.000 que desembarcaron en ellas, un tercio lo hizo en Lesbos. Allí es donde se levanta el campo de refugiados más grande de Europa. El que hoy quedó prácticamente reducido a cenizas. El que, para sus vapuleados habitantes, se convirtió en el infierno, tras el infierno, tras el infierno...





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