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La calle no es su lugar

Cristian Aguirre se quedó sin empleo al comenzar la cuarentena. Lo echaron de la pensión por no poder pagar. Hoy duerme en la puerta de un edificio en Villa Crespo. Sobrevive gracias a la ayuda de los vecinos que están movilizados por el caso de este hombre educado y generoso, al que otras personas sin hogar, como él, le robaron todo. Sólo quiere trabajar.


Por Gabriel Michi


Cristian Aguirre hoy duerme en la calle Aguirre de Villa Crespo. Los vecinos lo adoran y ayudan. Quiere trabajar.


El frío hace sentir el rigor en Buenos Aires. Y en la noche, mucho más. En el corazón de Villa Crespo un hombre tuvo que conocer esa realidad hace poco tiempo. Y, nada más ni nada menos, que en plena cuarentena por la Pandemia de Coronavirus. De hecho, esa nueva situación general, atípica y amenazante, también colaboró para catapultarlo a la calle. A dormir en la intemperie, algo que en su vida jamás imaginó. Pero tanto dolor tuvo un antídoto necesario: la solidaridad de los vecinos.


Cristian Aguirre trabajó toda su vida. Fue empleado de un comercio de una de las marcas deportivas más importantes del Mundo, en el barrio del Abasto. Su talento para las ventas lo mantuvieron allí por más de tres años. Luego, crisis de por medio, tuvo que salir a rebuscársela vendiendo productos en la calle. Hasta que en febrero pasado consiguió nuevamente ingresar como empleado (en negro) en una tienda de ropa deportiva de una cadena muy conocida. Pero llegó la Pandemia y su condición de recién ingresado, sumado a la precariedad de las condiciones laborales, lo dejaron sin trabajo. Buscó y buscó otra oportunidad, pero el contexto de comercios cerrados en un escenario de cuarentena, hizo que todo se vuelva imposible. Al no tener ingresos, no pudo seguir pagando la pensión en la que vivía en el barrio de Almagro y quedó en situación de calle.


Respeta la cuarentena en la calle pero con barbijo.

Deambuló por distintas esquinas y sufrió en carne propia el rigor y los sinsabores de lo que significa no tener otra salida. Un grupo de muchachos, también sin hogar, que se habían mostrado amigables con él le robaron todo lo que tenía. Terminó parando en la puerta de una hamburguesería cuyos empleados lo fueron ayudando. Hasta que desembarcó a unas cuadras, donde transita noche y día esperando que cuando se flexibilice la cuarentena, alguna puerta laboral se abra.


Hoy Cristian Aguirre tiene las pocas pertenencias materiales que le quedan -las que le fueron obsequiando la gente de la cuadra- amontonadas en la puerta de un edificio justamente en la calle Aguirre 129. Y, pese a todo lo sufrido, se muestra agradecido. Agradecido por la solidaridad con la que los vecinos lo cuidan y lo miman. Le dan comida, le lavan la ropa y hasta le permiten que se bañe en sus viviendas. Se emociona hasta las lágrimas cuando habla de eso. Se le quiebra la voz. Pero, la verdad, es que preferiría ganarse todo lo necesario con el esfuerzo de su trabajo.


Esa generosidad que él les reconoce, también se hace presente en sus propios gestos: "Si a mi me regalan una ropa que no me sirve, busco entre la gente que vive en la calle para ver a quién le puede ser útil. Hay que ser solidario, porque hay muchos que están peor que yo", señala Cristian a MundoNews, una y otra vez. Esa señal de humildad y solidaridad permanente, de despojarse de todo si otro lo necesita, fue como un círculo virtuoso en el que los vecinos reconocieron a un hombre de bien cuya vida hoy le está jugando una mala pasada. Y, por eso, intentan hacerle aunque sea un poco más transitable este mal trance.


Todos en el barrio hablan del enorme corazón de este hombre. De lo educado que es. Y de lo difícil que resulta ver la situación de injusticia que está atravesando. Por eso no permanecen indiferentes y siempre que pueden le dan una mano. "Soy muy afortunado por la gente que conocÍ. Si consigo un trabajo voy a tratar de alquilarme una habitación por acá cerca así los vengo a visitar", se ilusiona.


El sueño de Cristian Aguirre es poder tener un sueldo para regalarle todo a su hija Agostina. Lleva su nombre tatuado.

"Yo no quiero limosna. Quiero trabajar, como lo hice toda mi vida", cuenta. Y dice que su sueño es poder ganar un sueldo para darle todos los gustos a su hija, Agostina. "Si tengo que seguir durmiendo en la calle, pero le puedo dar lo mejor a ella, lo sigo haciendo", se emociona mientras muestra que lleva su nombre tatuado en su brazo. A ella no la ve desde que comenzó la cuarentena pero hablan todos los días. Agostina quedó en la localidad bonaerense de Merlo, donde vivía Cristian antes de mudarse a Capital Federal hace unos años. En esa ciudad del Oeste también están sus padres. Pero otro de los efectos de la cuarentena es también la imposibilidad de viajar para visitarlos, más aún cuando no hay dinero siquiera para el pasaje, más allá de la prohibición de la circulación.


Cristian leyó su primer libro en la calle. Va por el segundo.

A Cristian siempre le gustó leer los diarios, pero a los 32 años y con la soledad de la noche en la calle, descubrió el placer de la lectura. Y en una sola noche leyó el primer libro de su vida. Como una metáfora de su presente, ese texto fue "Tienes miedo a la oscuridad", de Sidney Sheldon. Lo atesora como un trofeo. "Te juro que lo voy a guardar especialmente para ponerlo cuando tenga una biblioteca", asegura con un orgullo indisimulable. Ya está empezando otro, "El predador" de Wilbur Smith. Y así seguirá cada vez que pueda. De hecho, si bien no le gusta andar pidiendo nada, a algunos vecinos les pregunta si tienen algún libro para prestarle. Habiendo sólo terminado la primaria, su placer por la lectura es algo con que se topó, así de golpe, en medio de la dureza del contexto.


Hace unos días un vecino le obsequió un par de zapatillas que le encantaron. Pero estaban rotas. Así que fue hasta un local de reparación de calzado del barrio y, cuando las fue a buscar, el zapatero no le quiso cobrar el arreglo. Entonces Cristian le dijo que no podía aceptar que le regale su trabajo. Entonces, fue y buscó una ropa que ya no le entraba y se la dio como pago. Así es él. Con un corazón gigante y un sentido de lo que es justo a flor de piel. Quiere ganarse lo que necesita y ayudar al que, según su mirada, está peor que él. Y devolver en generosidad, lo generoso que son sus vecinos. Historias de dolor y de solidaridad. En medio de la cuarentena. Historia de un tal Aguirre en la calle Aguirre.


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