El regreso del MAS al poder, con la asunción de Luis Arce, reactivó las ilusiones de igualdad de los mayoritarios sectores populares que por décadas fueron marginados de las decisiones. Tras un año negro, producto del Golpe de Estado, el multitudinario retorno de Evo Morales dejó atónitos a aquellos que pretendieron que la imagen del líder desaparezca.
Por Gabriel Michi (desde Bolivia)
Un año fue suficiente. Puso blanco sobre negro las cosas. Mostró que la búsqueda de privilegios de las élites no conoce fronteras. Ni siquiera la vida de los demás. Pero todo tiene un límite. Y ese límite es el hartazgo de las mayorías.
Eso quedó al desnudo en Bolivia. Un año de sojuzgamiento de la voluntad popular fue demasiado. Fue rememorar décadas de historia donde el sometimiento de la enorme mayoría en manos de una reducida y poderosa élite era la única realidad conocida. Hasta que el Movimiento Al Socialismo llegó al poder en 2006, de la mano de Evo Morales. Y allí otra historia empezó a escribirse y los silenciados comenzaron a sentir que su voz por fin tenía eco.
Pero llego el Golpe de Estado de fines de 2019, que utilizo como excusa un supuesto fraude electoral, para intentar justificar la asonada desestabilizadora. Y, cómo todo golpe cívico-militar en América Latina, hubo sangre, inocentes abatidos y persecuciones de todo tipo.
Además de la vuelta a un régimen económico en el que se endeuda a toda la sociedad en por de los beneficios de unos pocos. Los datos son claros: en un año de gestión el gobierno de facto de Jannine Áñez endeudó a Bolivia en más de 4.500 millones de dólares. Y su economía cayó un 11%. Podrán argumentar que gran parte de esa caída se basa en los efectos de la Pandemia de COVID 19. Pero eso es solo una parte. La pésima administración de Áñez y sus cómplices volvió a arrojar a miles de bolivianos a la pobreza extrema, como era antes de la llegada de Evo Morales al poder.
La asunción de Arce
Luis Arce, ex ministro de Economía de Morales, obtuvo en las elecciones el 55% de los votos. La contundencia del triunfo no sólo resolvió el asunto sin necesidad de ballotage (Carlos Mesa sólo obtuvo el 29% y el polémico Luis Fernando Camacho apenas el 14%) sino que sirvió para dejar en claro que el MAS es mayoría en Bolivia y que eso está fuera de discusión.
Además, la asunción de Arce significó una reinstalación de un modelo con eje en las bases populares de América Latina, después de varios años donde el neoliberalismo se hizo presente en distintos países de la región. Para los analistas, el contundente triunfo del MAS se alinea con otros sucesos políticos ocurridos en los últimos tiempos: la llegada de Andrés López Obrador en México, la de Alberto Fernández en Argentina, y también el plebiscito que le dijo basta a la vieja Constitución del dictador Augusto Pinochet en Chile. En esa línea inscriben el regreso del Movimiento al Socialismo en Bolivia.
Este cronista pudo presenciar lo que fue una verdadera fiesta popular en La Paz que duró varios días. Los distintos sectores de las comunidades originarias, los movimientos sociales y los sindicales se hicieron presentes en las cercanías de la Plaza Murillo desde varios días antes, no sólo para participar de los festejos sino para encarar una intensa vigilia ante el temor de que grupos violentos intenten un nuevo Golpe de Estado y generen incidentes como los que se venían desarrollando en los días previos en ciudades como Sucre o Santa Cruz de la Sierra, donde cortaban accesos, realizaban cabildos y decretaban "paros cívicos" denunciando un presunto fraude electoral que según todos los veedores internacionales y las autoridades jurídico-electorales no existió. El objetivo de esos grupos minoritarios (pero violentos) era evitar la asunción de Arce. Por eso la vigilia popular del MAS.
Finalmente, el domingo 8 de noviembre, llegaría la propia toma de posesión del nuevo Presidente boliviano, con presencia de personalidades internacionales como el Rey de España, Felipe de Borbón, el vicepresidente del gobierno español Pablo Iglesias, y los primeros mandatarios de Argentina, Alberto Fernández, de Colombia, Iván Duque, y de Paraguay, Mario Abdo Benítez, entre otros. Y la fiesta popular con un desfile frente al balcón del Palacio del Quemado (donde estaba ubicado el nuevo presidente Luis Arce y su vice David Choquehuanca) que duró casi 10 horas y por donde circularon agrupaciones de todo el país.
Horas después de la asunción del poder por parte del nuevo Presidente comenzaron las especulaciones políticas sobre un virtual alejamiento con Evo Morales. Hubo razones para eso: en su discurso inaugural tanto porque si bien Arce y Choquehuanca hablaron de los logros del MAS cuando gobierno durante 13 años consecutivos (2006-2019) pero nunca mencionaron con nombre y apellido al líder que condujo ese proceso. Horas después se presentaba en sociedad al flamante gabinete, con caras vinculadas a la renovación juvenil y con muchos técnicos, y sin ninguna figura relacionada con el riñón de Morales, al menos de quienes estuvieron cerca suyo en los últimos tiempos. Y, además, porque Arce finalmente no acudió al acto que coronó el retorno de Evo en Chimoré, pese a las versiones que horas previas señalaron que iba a ser de la partida. Pero desde el MAS sostienen que eso son sólo especulaciones y que están más unidos que nunca.
El regreso de Evo
El "operativo retorno" de Evo Morales a Bolivia tuvo una mística especial. Volvía como profeta en su tierra después de un año de exilio forzado por las amenazas contra funcionarios, familiares y el propio ex Presidente. En el Golpe de Estado sacudían la bandera de un supuesto fraude electoral para justificar su anacrónico proceder. Lo mismo que su idea de "pacificar" las calles, a fuerza de balas y muertes inocentes. Lo que representó el MAS en el poder, con el amplio apoyo de los sectores populares, fue algo que nunca lograron digerir las elites que siempre dominaron Bolivia. Y mucho menos la figura de un líder que los desafiaba y había puesto de pie a esos que fueron acallados por dichas elites. Sólo así se puede explicar como, tras 13 años en el poder, Evo volvió como lo hizo, abrazado por multitudes en las distintas latitudes que recorrió. Ese líder que para muchos entregó derechos y eliminó privilegios.
Sin duda una de los errores más graves del líder cocalero fue la idea de perpetuarse en el poder, sea de la forma que sea. Así por ejemplo fue modificando la Constitución o “reinterpretándola” de acuerdo a sus ambiciones. De esa manera obtuvo un tercer mandato y decidió ir por un cuarto, pese a que en un plebiscito la voluntad popular se había expresado en contra de esa posibilidad. Pese a eso Evo fue a la justicia y obtuvo un fallo a su medida, desoyendo lo que le habían decidido los votantes. Y hubo una cuarta vuelta y, en medio de denuncias de fraude, todo parecía encaminarse hacia una re-re-reelección. Pero vino el Golpe impulsado por los sectores de derecha, los grandes grupos económicos y las fuerzas armadas y la Policía. Y todo volvió a ser como en décadas pasadas.
Con todo eso, Evo Morales y el MAS dieron vuelta la historia boliviana. Por primera vez el plurinacionalismo que estaba latente en sus múltiples culturas y pueblos originarios no sólo fue visibilizado sino que fue incorporado a las decisiones que se tomaron primero desde el Palacio del Quemado, luego desde la Casa del Pueblo, edificio creado por el propio líder para cambiar el sitial del Poder Ejecutivo Nacional, algo que volvió para atrás con el gobierno de Añez, como un hecho simbólico para desterrar toda reminiscencia al MAS, algo que a la luz de los hechos, no pudo hacer.
Con las restricciones y persecuciones que obligaron a Morales a tener que escapar de Bolivia ante el peligro que corría su vida y la de sus allegados, le imposibilitaron ser candidato nuevamente a Presidente y luego a Senador por Cochabamba. Evo recién pudo retornar al país -tras haber estado exiliado primero en México y luego en Argentina, gracias a los gobiernos de Andrés López Obrador y Alberto Fernández que le dieron refugio- cuando el peligro pasó y ya el MAS regresó al poder de la mano de su ex ministro de Economía Luis Arce. Y lo hizo con un "operativo retorno" al que dotó de mística, primero cruzando desde Argentina junto a Fernández desde La Quiaca a Villazón y luego encarando una caravana de tres días que recorrió más de 1.200 kilómetros, abrazado por multitudes en los distintos puntos por los que transitó. Para llegar finalmente al Aeropuerto Internacional de Chimoré, desde donde un año antes debió escapar para no ser asesinado por los golpistas. Allí lo esperó una multitud de más de un millón de personas que quería abrazar a su líder y ni las inclemencias del tiempo -diluvió en varios tramos del encuentro- pudieron apagar semejante fervor popular. Este cronista fue testigo de ese amor incondicional que recibió Morales en Chimoré y de los carteles en distintos lugares con la leyenda "Evo 2025", quizás presagiando un deseo que desde ya quieren instalar sus seguidores.
Así, con la vuelta del MAS, la asunción de Luis Arce y el retorno de Evo Morales, los sectores populares de Bolivia se entusiasman con un futuro que deje atrás la patética gestión de Jeannine Añez y el sangriento Golpe de Estado (que sólo en las masacres de Senkata y Sacaba dejó más de 20 muertos) y se retome el camino de prosperidad que las mayorías supieron construir. Mal que les pese a esas reducidas elites que, en muchos casos con violencia y opresión, impusieron sobre la voluntad popular. Esa es la esperanza que hoy renace entre los bolivianos.
(*) Enviado especial de C5N a Bolivia.
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