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El desconcertante estatismo de Trump en la Meca del capitalismo

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    MundoNews
  • 26 ago
  • 5 Min. de lectura

El presidente de los EE.UU. ordenó el desembarco formal de su gobierno en grandes compañías. Desde mega tecnológicas como Intel, Nvidia y AMD hasta corporaciones del acero y la minería. Usa derechos de exportación y otras tácticas para quedarse con acciones.


Por Gabriel Michi



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No es China. No es Venezuela. No es Cuba. No es ninguna nación que se proyecta con un Estado omnipresente. Un Estado que se involucra incluso en las empresas privadas. Es el Estados Unidos de Donald Trump. El paradigma del capitalismo y el libre mercado, conducido por un hombre de negocios devenido en presidente, están poniendo patas para arriba todo lo que se supone que representan. El inquilino de la Casa Blanca viene mostrando un estatismo sorpresivo en el que empujó a su gobierno a ingresar en empresas estadounidenses en una forma inédita: la última jugada al respecto fue el anuncio de que el gobierno de EE.UU, se quedó con el 10% del gigante de las telecomunicaciones Intel. Lo hizo tras pedirle públicamente la renuncia al CEO de la compañía por considerar que "tiene un serio conflicto de intereses" con los Estados Unidos. La compra de un importante porcentaje del paquete accionario importante de la empresa se da en medio de la disputa con China por dominar el sector tecnológico y el desarrollo de los insumos para Inteligencia Artificial.


Es un gran honor para mí informar que Estados Unidos de América ahora posee y controla el 10 % de Intel, una gran empresa estadounidense con un futuro aún más increíble”, señaló Trump a través de las redes sociales. Y explicitó su cambio de postura con respecto al CEO de la firma: “Negocié este acuerdo con Lip-Bu Tan, el muy respetado director ejecutivo de la compañía”, sostuvo el presidente aunque ironizó, fiel a su estilo: “llegó queriendo conservar su puesto y terminó otorgándonos 10.000 millones de dólares para Estados Unidos. Para semejante operación se destinó una inversión cercana a los 8.900 millones de dólares en acciones ordinarias de la empresa. Pero Trump aclaró: Estados Unidos no pagó nada por estas acciones, y ahora están valoradas en aproximadamente u$s11.000 millones. Este es un gran acuerdo para Estados Unidos y, también, un gran acuerdo para Intel".


Este fue el más reciente de una saga impulsos estatistas de parte del magnate devenido en presidente. La anterior había sido la orden de adquirir una participación en U.S. Steel, quedándose con una parte de la compañía de esa mega productora de acero. Su forma de desembarco se produce a través de un mecanismo de retenciones sobre las ganancias de las exportaciones a China. Pero estas son sólo algunas de las operaciones en la que el Estado estadounidense se involucró. El mes pasado, el Pentágono anunció la adquisición del 15% de MP Materials, una importante minera estadounidense de tierras raras.


Lo cierto es que la iniciativa de Trump implica una intervención oficial directa en el desarrollo de importantes compañías, en especial las tecnológicas asentadas en su país. Por ejemplo, habilitando que firmas como Nvidia y AMD exporten microchips de última generación a China, a cambio de recomponer una tasa de hasta el 15% de sus ventas. En esos casos, Trump se tomó el atrevimiento de disponer a que lugares del mercado global podrían acceder esos fabricantes de chips y las compañías ceden ese 15% de sus ingresos provenientes de China al gobierno estadounidense como retenciones impositivas para tener derecho a vender chips en ese país y esquivar restricciones futuras.


Sin embargo, el Gobierno estadounidense no buscaría contar con representación directa en las Juntas Directivas de esas compañías. Aun así, el presidente está analizando las carpetas de varias empresas que podrían correr la misma suerte.


Lo paradójico de todo esto es que Trump y los republicanos han sido unos defensores a ultranza de la economía capitalista y el libre mercado, sin intervención del Estado. Sin embargo, con estas decisiones se asemeja más a una forma de capitalismo estatal más cercano a lo que ocurre en algunos países de Europa y -algo de lo que siempre renegaron-. a lo que hacen gobiernos como los de China y Rusia. De hecho varios expertos, ente ellos abogados, académicos, empresario y banqueros lo emulan a lo que se denominan "adquisiciones hostiles" por parte del Estado.


En su momento, los demócratas también tuvieron iniciativas de este tipo. Por ejemplo, durante la gestión de Barack Obama, el gobierno adquirió participaciones en bancos y empresas automotrices después de la gran crisis financiera de 2008 y para evitar una debacle aún mayor. Además, en ese período y en el de Joe Biden el Estado utilizó mecanismos de subsidios para promover la tecnología verde, como parte de los compromisos ambientales adoptados a nivel mundial. Pero la decisión de Trump es mucho más osada y va mucho más allá, pese a los posicionamientos históricos de los republicanos y los demócratas frente al rol que tiene que cumplir en Estado en materia de los mercados y las empresas.


Según Kai Liekefett, copresidente de defensa corporativa del bufete Sidley Austin, hay un temor bastante extendido en grandes corporaciones: “Prácticamente todas las empresas con las que he hablado, que reciben regularmente subsidios o subvenciones del gobierno, están preocupadas por esto”, Trump está extendiendo su red, investigando a fondo otras empresas que considera que podrían estar listas para algún tipo de intervención gubernamental


Por su parte, David Sicilia, profesor de historia en la Universidad de Maryland, señaló que nunca había visto que un gobierno de EE.UU. hubiera cambiado su política comercial para acorralar a ciertas empresas en particular, generando una situación cuasi extorsiva: “La interpretación menos generosa es que se trata de extorsión para obtener éxito”, expresó el académico.


En los mercados hay cierta incertidumbre sobre hasta donde llegará la fiebre "estatista" e intervencionista de Trump. Pero, aunque parezca increíble, esos representantes del denominado "poder permanente" (el "transitorio" es el político que se renueva cada 4 años en la Casa Blanca) saben que el contexto no los ayuda y que la personalidad avasallante de Trump los coloca en una encrucijada. Sienten que no pueden rechazar de plano sus exigencias y que, a lo sumo, pueden negociar para realizar un "control de daños", pero sabiendo que algo van a perder.


Además, en el caso de las empresas tecnológicas se sabe que si bien la denominada "Ley CHIPS" no autoriza expresamente al gobierno a quedarse con participaciones en empresas que reciben subvenciones, sí contiene ciertas cláusulas que podrían interpretarse como una mayor autoridad para el gobierno, más si quien está al frente sabe utilizar todos los artilugios para beneficiar sus estrategias.


Sea como sea, muchas de estas compañías han decidido no confrontar con el presidente de EE.UU. En algunos casos, por ejemplo, han sobre actuado para quedar bien con la "batalla cultural anti-woke" que profesa el republicano al punto de eliminar el lenguaje sobre diversidad, equidad e inclusión en sus posicionamientos públicos y hasta en sus páginas webs. Y, por supuesto, los CEO de esas compañías se muestran más amigables con el inquilino de la Casa Blanca y lo visitan con más asiduidad, algo que a él le encanta porque siente que muestra quien es el que verdaderamente detenta el poder. Por eso, el economista y analista de comercio Dan Ikenson se preguntó: “¿Qué pasará con las empresas prometedoras que no besen el anillo de Trump?”.


Y ese parece un gran interrogante. Porque en el insólito mundo de Trump todo es posible. Incluso que en el reino del capitalismo un defensor a ultranza del libre mercado decida que su gobierno desembarque formalmente quedándose con parte de las grandes empresas privadas. En una especie del "mundo del revés" en el que este republicano ha colocado a la principal potencia del planeta. Un "mundo del revés" que hace que EE.UU. se parezca mucho más a esas naciones -y prácticas- que siempre criticó. De lo que siempre renegó. Pero que hoy parece imitar. En este insólito y desconcertante estatismo de Donald Trump.


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