Donald Trump comenzó a hacer efectiva su demoledora promesa de expulsar a miles de indocumentados, lo que generó conflicto con otros gobiernos como el de Lula y el de Petro.
Por Gabriel Michi

Los sueños de una vida mejor se convirtieron en la peor pesadilla. Una pesadilla representada en cada historia de vida en particular pero que, a su vez, alcanzó una escala de conflicto entre gobiernos. La intempestiva decisión de Donald Trump de expulsar a inmigrantes indocumentados -algo que formaba parte central de su discurso de campaña- ya es una realidad insoslayable. Una realidad que se tradujo en la detención y deportación de miles de extranjeros.. Solo en 7 días el ICE metió presos a más de 4.000 personas. Muchas de ellas fueron enviadas forzosamente a México, Guatemala, Brasil y/o Colombia. Según el gobierno de Trump se trataba de delincuentes pero que en realidad en la mayoría de los casos son simplemente migrantes que llegaron a EE.UU. de manera irregular pero que no cometieron ningún crimen.
Con las autoridades de estos dos últimos países, el flamante gobierno estadounidense tuvo duros enfrentamientos. La administración de Luiz Ignacio Lula Da Silva criticó muy duramente que a los repatriados brasileños los hayan enviado en aviones militares esposados y con grilletes en sus pies. Y les garantizó el último tramo del vuelo (de Manaos a Porto Alegre) un viaje mucho menos traumático en aviones de línea y liberados de cualquier atadura.
Pero el conflicto que más creció fue el que se suscitó entre EE.UU. y Colombia, con cruces muy fuertes entre los presidentes Donald Trump y Gustavo Petro a través de las redes sociales que se tradujeron en amenazas de sanciones y medidas de castigos como un alza en los aranceles de las exportaciones o las negativas de visados. Luego de varias horas de tensión máxima, al final el gobierno cafetero decidió dar marcha atrás a su rechazo de recibir a los deportados por el trato inhumano en que se hizo el procedimiento, algo que generó que dos vuelos militares estadounidenses -cargados de expulsados- no pudieran aterrizar en territorio cafetero.
El martes 28 de enero, se reanudaron los vuelos de deportación entre Estados Unidos y Colombia con más de 200 migrantes expulsados que aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de Bogotá. En el lugar, el presidente Petro dio la bienvenida a los migrantes y en un mensaje el día X, señaló que ahora están “libres” y “en un país que los ama”.
“Los migrantes no son delincuentes”, escribió Petro. “Son seres humanos que quieren trabajar y salir adelante en la vida”.
Cuando el domingo el gobierno de Petro rechazó los dos vuelos militares estadounidenses que transportaban a más de 100 migrantes que habían sido expulsados de Estados Unidos, aseguró que Colombia solo aceptaría vuelos de deportación cuando se hubieran establecido protocolos que garantizaran el “trato digno” de los migrantes expulsados. Fue allí que el que no tardo en responder fue el propio Trump, quien en una publicación en su red Truth Social, dijo que impondría aranceles de emergencia del 25% a las exportaciones colombianas a EE.UU., (que luego elevaría al 50%), algo que Petro prometió que replicaría en sentido inverso. El presidente estadounidense también anunció restricciones en el acceso a las visas para los funcionarios del gobierno colombiano que serían revocadas, mientras que los bienes procedentes del país sudamericano enfrentarían inspecciones aduaneras intensificadas.
El Departamento de Estado de EE.UU. también amenazó con dejar de emitir visas a viajeros colombianos hasta que se reanudaran los vuelos de deportación. Si bien el año pasado Colombia recibió más de 120 vuelos de deportación, se trató de charters operados por contratistas del gobierno estadounidense y no de esta manera. Tras las tensiones, hubo un acuerdo entre ambos gobiernos y la Casa Blanca dijo en un comunicado que Colombia había "aceptado todos los términos del presidente Trump", incluida la llegada de los deportados en vuelos militares.
Ahora fue Colombia la que envió dos aviones de su fuerza aérea a Houston y El Paso para recoger a los migrantes cuya deportación se había retrasado durante el fin de semana, así como a decenas de otros que tenían deportaciones pendientes. En total, 201 migrantes fueron transportados a Bogotá el martes. Algunos de los deportados llevaban menos de dos semanas en Estados Unidos y pasaron la mayor parte del tiempo en centros de detención. “Fuimos por el sueño americano y terminamos viviendo la pesadilla americana”, dijo Carlos Gómez, un migrante de la ciudad de Barranquilla que salió de Colombia hace dos semanas junto a su hijo de 17 años, volaron a México y cruzaron la frontera ilegalmente hacia California, con la ayuda de contrabandistas locales. Cuando atravesaron el límite fronterizo este hombre se entregó a las autoridades y solicitó una audiencia de asilo, recurso habitual de los que ingresaban de esa manera. Pero lo mantuvieron preso en centros de detención antes de ser enviado de regreso a Colombia. Su historia, con matices, es la de miles que hoy ven cómo ese sueño se convirtió en una verdadera pesadilla. Una pesadilla que recién comienza. Y que proyecta multiplicarse. En un tortuoso regreso a casa.

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