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La imposible guerra contra la invasión del turismo masivo

Distintos países y ciudades vienen fracasando en sus intentos para desalentar la avalancha de visitantes en los lugares más elegidos del Mundo. Ni las tasas turísticas, ni la prohibición de Airbnb, ni los límites a los cruceros, ni el encarecimiento de las tarifas, logran frenarlo.


Por Gabriel Michi



Ya sea en la muralla china. O en el Coliseo de Roma. O en las playas de Brasil o España. O en la torre Eiffel en París. O en los canales de Venecia. La "industria sin chimeneas", el turismo, tiene otro tipo de contaminantes, condicionantes y problemas. Así como es una fuente de millonarios recursos económicos para pueblos, ciudades y países, también se ha convertido en un gran dolor de cabeza en eses lugares emblemáticos en los que convirtió en masivo. Por eso, distintos gobiernos están buscando soluciones frente al turismo de masa que se multiplicó después de la Pandemia de COVID 19, quizás como una respuesta frente a tanto encierro, con las restricciones de viajes que implicó, como también por la sensación de la finitud de la vida que lleva a que se haya extendido una suerte de sensación de "vivir el presente". Sin embargo, todos esos esfuerzos parecen en vano. Y sus intentos disuasorios no dejan de fracasar.


Entre las alternativas que las autoridades de distintas ciudades y países están implementando para frenar el turismo masivo está, por ejemplo, la imposición de tasas, las restricciones a los cruceros, los límites a los lugares para las estadías o la prohibición de plataformas de alquiler de pisos como Airbnb, entre otras. En el caso de los cruceros, Venecia (Italia) los redujo a la mínima expresión, Palma de Mallorca (España) sólo acepta tres al día y Barcelona (también en España), ​​el principal puerto de Europa, trata de minimizar sus arribos. Sin embargo, no parecen tener mucho éxito en sus objetivos. Al menos, por ahora. Además de que, en muchos casos, esas medidas terminan siendo impopulares y generando todo tipo de polémicas.


En tanto, en las Islas Baleares, España, desde 2016 se impuso una "ecotasa" con un valor que varía de uno a cuatro euros por día; además, desde 2022, congeló el número de plazas de alojamiento tanto en hoteles como en viviendas. Y fue más allá: prohibió el alquiler turístico en edificios plurifamiliares. En Palma de Mallorca, las autoridades firmaron un acuerdo con la patronal mundial de cruceros (la CLIA, Asociación Internacional de Líneas de Cruceros en España) para limitar la llegada de estas embarcaciones: sólo pueden atracar tres embarcaciones por día y nunca pueden superar los 5.000 pasajeros. Según Afredo Serrano, director de la CLIA, “culpar a los cruceros del turismo masivo es un error, porque no representan más del 4% de los viajeros”. Aun con todas esas medidas restrictivas, entre enero y abril la llegada de turistas marcó un récord histórico: dos millones de viajeros.


Frente a semejante volumen de turismo de masas es que también actores de la sociedad civil están planteando distintas formas de resistencia. Por ejemplo, en las Islas Baleares españolas la plataforma Menys Turisme Més Vida convocó a una manifestación contra ese fenómeno que se realizará en Palma el próximo 21 de julio. “La plataforma apuesta por regular el número de vuelos turísticos que reciben los aeropuertos, restringir aún más las llegadas de cruceros, limitar a los extranjeros la adquisición de viviendas y limitar la llegada de vehículos”, señaló Jaume Pujol, portavoz de la organización, al diario El País.


Algo similar ya había ocurrido en las también españolas Islas Canarias, tal como lo informó MundoNews en abril pasado en su nota "Cuando el turismo se convierte en la peor pesadilla", donde se detallaba que la situación se volvió tan caótica que muchos de sus habitantes, ante el encarecimiento desmedido del precio de los alquileres -ya que los dueños de las propiedades prefieren ponerlos en renta temporal porque les es más negocio- terminaron viviendo en autos y hasta cuevas. Esa situación dramática llevó a protestas ya que en Canarias se pasó de 5.000 a 53.000 viviendas de uso turístico en tan solo un año, dejando sin acceso al techo a centenares de inquilinos. Según Eugenio Reyes, portavoz de Ben Magec-Ecologistas en Acción, “el turismo en Canarias tiene 100 años de historia y nunca ha generado problemas de convivencia con los vecinos. El conflicto ha surgido con la irrupción de fondos buitre que hacen miles de viviendas de 21 metros cuadrados que por su tamaño no están dirigidas a la población residente, sino a los turistas”.


También en España, pero en la parte continental, una de sus ciudades estrella para el turismo es Barcelona. Allí el Ayuntamiento aprobó una moratoria hotelera en 2017, para favorecer ese tipo de emprendimientos en lugar de las viviendas particulares puestas en alquiler temporal. La idea de las autoridades es terminar en cinco años con todas las viviendas usadas para ese tipo de turismo. Y desde esta semana la ciudad subirá de 3,25 a 4 euros (el máximo posible) la tasa turística para todas las modalidades de alojamiento.


Acceder a un alquiler asequible se volvió algo muy difícil por la menor disponibilidad de lugares por las nuevas regulaciones para evitar el turismo masivo. Sumando a eso, las protestas contra la "turistificación" se van extendiendo en distintos puntos de España. Pero en este caso quienes se manifiestan es porque se ha encarecido muchísimo para los inquilinos. "Estamos intentando evitar desde hace siete años el levantamiento ciudadano que hemos visto en los últimos meses y que ha sido provocado por las viviendas de uso turístico , que han tenido un crecimiento insostenible e inaguantable para el residente”, señaló José Luis Zoreda, vicepresidente ejecutivo de Exceltur, una organización que representa a gigantes del turismo como los grupos Meliá, Riu, NH o Iberostar.






OTROS EJEMPLOS


Otro caso fue el de Japón: en 2018 se convirtió en la primera nación en eliminar toda la oferta ilegal en Airbnb. Sin embargo, la actual debilidad del yen colocó al país en una situación muy complicada ya que, aún con aquella restricción en el hospedaje, atrajo una avalancha de turistas que superaría los 32 millones de visitantes de 2019, cuando fue récord. Por su parte, en Bután, un país ubicado en el centro-sur de Asia, impuso una tasa prohibitiva de 200 dólares diarios por turista, algo que luego rebajó a 100 dólares para desalentar a los visitantes que pretendían llegar a ese paraíso natural.


En Nueva York optaron por la opción japonesa y, desde 2023, prohibieron el alquiler turístico de viviendas a través de aplicaciones. Eso empujó el negocio de los hoteles por el "efecto Arbnb" que tuvieron un nivel de ocupación como hacía años no se se veía, llegando a un 86,6%. Incluso su tarifa media diaria subió un 11% llegando a los 393 dólares. Ese fenómeno también fue alimentado la eliminación de 16.500 habitaciones por la conversión de uno de cada cinco hoteles de la ciudad en albergues para migrantes. Por ello, la presión turística y la presión migratoria convirtieron la búsqueda de alojamiento barato en una misión casi imposible ya que no baja de los 300 dólares la noche.


En Roma, Italia, donde se desató una plaga de alquileres vacacionales (con 15.000 departamentos autorizados y muchos otros que operan por fuera de la ley) hay pujas políticas entre quienes quieren poner límites y los que no. En Venecia comenzaron a cobrar una tasa de 5 euros a los visitantes que la visiten sólo por un día, sin pernoctan en allí. Sin embargo, en estos primeros meses de prueba se mostró que no desalentó a los turistas.


En el caso de Ámsterdam (Países Bajos) pusieron en marcha un plan mucho más integral que incorporó un sinnúmero de medidas en busca de que la ciudad sea “habitable, limpia y sostenible”. Por ejemplo, si se quiere empezar a construir un hotel de cero sólo se podrá hacer cuando cierre otro, aunque esas restricciones no alcanzan a una veintena que ya estaban en obra. Y se reducirán los atraques de mega cruceros, que a partir de 2023 deberán usar energía eléctrica en tierra para usar menos combustible fósil. Además, para más adelante se plantea alejar al puerto de la ciudad. Aún así, el flujo de turistas la capital de los Países Bajos alcanzó un récord: 20,6 millones pernoctaron en Amsterdam en 2023, cifra que excede los objetivos planteados por el ayuntamiento de una ciudad que tiene apenas 935.000 habitantes. Es decir, recibe 22 turistas por cada residente, cada año.


París, la ciudad más visitada del mundo, no tiene los problemas de los cruceros porque no goza costa marítima. Pero el arribo descomunal de turistas de todo el planeta es un problema mayúsculo. Por eso va a prohibir el acceso de los autobuses turísticos, incluidos los eléctricos, a la zona de tráfico limitado del centro de la capital francesa, salvo que vayan a lugares específicos como el Museo de Louvre, donde deberá usar su estacionamiento.


Esas son sólo algunas de las alternativas que las autoridades de distintos lugares del mundo están implementando para desalentar el turismo de masas. Una industria sin chimeneas que mueve la economía pero que, a su vez, produce consecuencias no deseables que van desde los daños al medioambiente o a los tesoros históricos hasta el encarecimiento de los lugares para vivir y la imposibilidad de encontrar un techo para los residentes permanentes. Pero todos los esfuerzos parecen en vano. O, al menos, insuficientes. Y vuelven imposible esa guerra contra el turismo masivo.




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