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Crónicas de la guerra V: Las rutas de los fantasmas

Los caminos que unen ciudades de Ucrania están por momentos desiertos. Cruzan pueblos que de noche están completamente a oscuras para no ser detectados por los ataques rusos y no se ve a nadie en las calles. Y, en todo los recorridos, para cualquiera de los puntos cardinales, proliferan las trincheras y barricadas, que recuerdan la Segunda Guerra Mundial.


Por Gabriel Michi



Las rutas casi vacías. La noche que se aproxima. Pronto, al arribar al próximo pueblo, no quedará ni un rasgo de luz. Y allí otra postal de la guerra surgirá como si nada. El pueblo, típica locación de la ruralidad ucraniana, asoma en penumbras. Esa oscuridad tiene sus razones: no ser detectados por potenciales ataques aéreos rusos que se suelen dar durante la noche, horas en las que se ha replicado la caída de misiles desde el 24 de febrero. La ausencia de iluminación alcanza al alumbrado público, como a todas las viviendas particulares. Apenas se logra vislumbrar una lamparita encendida detrás de alguna cortina más delgada. Esa es la instrucción: usar la electricidad lo mínimo indispensable y, en caso de hacerlo, con las cortinas cerradas. Y en las calles no se ve ni a una persona, por el toque de queda. Y porque gran parte de ellos ya no están. Se fueron. Al frente de combate o a un destino más seguro. La imagen es espectral. Y remite a muchos fantasmas.


Mientras recorremos las rutas ucranianas, junto al camarógrafo Leo Da Re -como enviados especiales del canal de noticias argentino C5N- las proyecciones de una guerra en curso florecen en cada lugar, en cada momento. Una de las más categóricas tiene que ver con el éxodo forzado de millones de personas, particularmente mujeres con niños. Y el reflejo mas descarnado de eso se da en las fronteras. Como conté en la nota "Crónicas de la guerra: El desafío de la cobertura periodística", mientras entrábamos a Ucrania hubo una imagen categórica que decía mucho. Nosotros éramos los únicos que íbamos en sentido hacia el interior de Ucrania. De la otra mano de la carretera había una fila eterna de kilómetros y kilómetros de vehículos que buscaban huir como fuera. Desesperadamente. Con todos los fantasmas al acecho.


Ni bien cruzamos la frontera estacionamos en una especie de galpón que estaba cerrado. Y que parecía también remitir a vestigios de un abandono forzoso por el contexto de la guerra. Y ahí, mientras nos disponíamos a grabar una imágenes para el canal, un par de camioneros detuvieron su marcha. Y nos regalaron una bolsa llena de chocolates, que son como un elixir en medio del frío extremo. Nos dijeron "gracias" en un inglés improvisado. Y, por lo que pudimos entender, en una mezcla de ucraniano y en lenguaje gestual, nos señalaron que era muy importante para ellos que la prensa internacional se haga presente para reportar lo que está ocurriendo, ya que en otros momentos, durante otras circunstancias extremas que habían vivido Ucrania, eso estuvo ausente. Un nuevo fantasma que revivía, el del silencio como cómplice de la violencia.



Otra de las postales que más impactan de las rutas ucranianas son los retenes, barricadas y/o trincheras que proliferan por todos lados. A veces, al costado del asfalto. Otras ocupando parte del mismo. Y, sobre todo en las entradas de los pueblos y ciudades pero también cerca de las intersecciones de las rutas, cortando por completo las dos vías de las carreteras. Allí aparecen los retenes que hay que atravesar, luego de identificarse, zigzagueando y donde se alistan militares, militares y civiles o simplemente civiles armados. Esos son los más complejos porque, en una mezcla de nacionalismo exacerbado e indignación por los ataques rusos, muchas veces esos civiles son los más duros con quienes intentan cruzar esas barricadas. Sospechan de todo y de todos. Aunque, como era nuestro caso, tuviesen todas las identificaciones necesarias como prensa internacional. A veces esos civiles, que fueron los primeros en alistarse voluntariamente para combatir, al no tener que responder a las normas y jerarquías de una institución -como si lo tienen que hacer los militares-, están fuera de control. Y no faltan las banderas rojas y negras en sus trincheras, compartiendo espacio con la bandera nacional ucraniana celeste y amarilla. Aquella insignia es la que utilizaba el ejército partisano nacionalista que batalló por la independencia entre el fin de la Primera Guerra Mundial y el final de la Segunda. Y ahí aparece una figura que aún hoy sigue generando polémicas y divisiones: Stepán Bandera fue el líder que para muchos es un héroe y para otros un criminal de guerra implicado en terribles atrocidades contra judíos y polacos durante la Segunda Guerra Mundial. Esas banderas rojas y negras que aparecen en las barricadas y retenes, para muchos, son estandartes de grupos neo-nazis. Otro fantasma que se agita, como la reencarnación de esa multiplicación de trincheras por doquier.




}A los costados de las rutas se pueden observar autos abandonados de personas que en su huida no contaron con el combustible suficiente para llegar a la frontera. Y eso ocurrió particularmente en los primeros momentos, donde las colas para cruzar el límite e internarse en Polonia (la mayoría), Eslovaquia, Rumania, Hungría o Moldavia, podían transformarse en una espera de días enteros. Fue ahí cuando comenzó este éxodo que se tradujo en sólo un mes en 4 millones de refugiados que debieron abandonar su tierra y a que casi 10 millones de ucranianos, 1 de cada 4, estén en condición de "desplazados", es decir, fuera de sus hogares. Otra de las postales ruteras son las filas gigantescas de ómnibus que van repletos de familias que escapan de las bombas rusas y de la amenaza de una muerte segura. Esos colectivos atestados de desesperación y desesperanzas, también son fantasmas que remiten a los éxodos forzosos de otras épocas y/o de otros lugares.


Y otras postales de esos caminos que recorren Ucrania son los carteles convocando al espíritu nacional, al orgullo propio y que reivindican el papel que están llevando adelante sus soldados en la resistencia contra los rusos. Además de otros carteles ruteros que en tiempos normales sirven para ubicar sobre el lugar donde uno está o adonde se dirige y que ahora fueron tapados para evitar que el enemigo se pueda orientar. Parece un recurso traído desde el pasado en el reino de los GPS y las geolocalizaciones satelitales. Pero que también despierta esos fantasmas de invasión que resucitan en medio de una guerra.


Si bien las numerosas iglesias, que se ven por doquier cuando se recorre tanto la ruralidad como los cascos urbanos, aún no han tapado sus cúpulas doradas como sí lo hicieron durante la Segunda Guerra Mundial, para que el reflejo del sol no las visibilice ante los aviones enemigos, algunas de ellas tienen sus ventanas tapiadas para evitar que las ondas expansivas de las bombas dañen sus costosos vitraux. Y también hay protecciones especiales en monumentos importantes. Los fantasmas también emergen en esas construcciones.


Como también lo hacen en clubes, teatros, escuelas, hoy convertidos en centros de refugiados. Y ni hablar de aquellos lugares donde la destrucción ha llegado y donde los escombros son parte central en su cruel realidad. Con muertos y heridos. Y con familias desgarradas. Sin saber qué será de su futuro. Y sin saber qué camino tomar. En esas rutas de los fantasmas.



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