Desde hace meses los gobernadores republicanos de los Estados de Texas y Arizona suben a buses a personas vulnerables llegadas de otros países y las envían a ciudades demócratas como Nueva York y Washington. Lo hacen como represalia a pautas inmigratorias de Biden.
Por Gabriel Michi
Una cruel disputa política entre republicanos y demócratas está utilizando a inmigrantes vulnerables como rehenes. Así de brutal como suena. Eso empezó en abril cuando el gobierno republicano de Texas decidió subir a ómnibus a miles de personas que habían cruzado la frontera de EE.UU. desde México y llevarlos a ciudades gobernadas por demócratas como Nueva York o Washington DC. Y dejarlos ahí, sin un destino claro. Para que, en todo caso, las administraciones locales se ocupen de ellos. Los cálculos señalan que alrededor de 7.400 personas fueron trasladadas de esa manera en poco más de 4 meses a capital y otros 2.000 a la "Gran Manzana". Y, en el medio, se quieren sumar otras gobernaciones como Florida. Y también se agregaron nuevos destinos: Chicago y Delaware. No es casualidad que se hayan decidido enviarlos hacia ese último Estado. Es el territorio natal del presidente Joe Biden, el destinatario final de semejante mensaje, ya que los conservadores le reclaman por sus políticas migratorias que pretenden desterrar esa deshumanización extrema que se dio con Donald Trump.
Desde que Biden asumió la Presidencia, EE.UU. tuvo un récord histórico de migrantes en su frontera sur. Y los Estados de esa franja, gobernados por republicanos, se quejan de ello y pretenden "aleccionar" a los demócratas con estas medidas. Un dato: desde octubre de 2021, la Patrulla Fronteriza reportó más de 1,8 millones de detenciones por "inmigrantes ilegales" y las autoridades estiman que probablemente superará los 2 millones para octubre. La anulación del llamado "Título 42" por parte de la Administración Biden -orden ejecutiva de Trump por la que se limitó el ingreso de extranjeros basándoles en el freno al COVID- significó una andanada de personas que quisieron atravesar su frontera y que se habían obstaculizado por esa medida.
Cuando el gobernador republicano de Texas, Greg Abbot, anunció que empezaría a enviar los micros con los migrantes a la capital de los Estados Unidos muchos pensaron que se trataba sólo de una bravuconada. Pero se convirtió en una dolorosa realidad. Abbot no dudó en decir que esa era también una forma de protesta para que en la Washington "supieran lo que viven los estados de la frontera". Y fue más allá: "Debido a la continua negativa del presidente Biden a reconocer la crisis causada por sus políticas de fronteras abiertas, el Estado de Texas ha tenido que tomar medidas sin precedentes para mantener seguras a nuestras comunidades", dijo.
Esta actitud de Texas luego fue imitada por Arizona. Y sumaron a Nueva York y después a Chicago como destino de los migrantes. Y, más tarde siguió el mismo camino Florida, que agregó a Delaware en la lista de los destinatarios. La mayoría de los afectados son personas que llegan desde Nicaragua, Cuba y Venezuela, y en menor medida de México y República Dominicana, después de atravesar todo tipo de travesías y peligros hasta llegar allí.
Los gobiernos republicanos del sur fronterizo de EE.UU. les hacen firmar un consentimiento a los migrantes antes de subirlos a los ómnibus. Claro que la situación de enorme vulnerabilidad y de debilidad que viven, no les deja mucha opción. Su "voluntad" de trasladarse está condicionada por ese contexto hostil. Y, encima, los Estados expulsadores no coordinan nada con los Estados receptores forzados, los migrantes terminan en un destino que no está informado de su llegada. A la buena de Dios. Con la esperanza de que las autoridades públicas del lugar y organizaciones de la Sociedad Civil se apiaden de ellos. Sólo algunas horas antes, ya en camino, los locales reciben el aviso del inminente arribo de los ómnibus. Y, a partir de ahí, se organiza un operativo de emergencia para atenderlos.
A los migrantes los buses los dejan en las afueras de la Union Station, la principal terminal de la capital de EE.UU. o enfrente del Capitolio. Allí, los trabajadores sociales les dan una manta y algunos productos básicos. Y empiezan a ver si hay forma de enviarlos a alguna otra ciudad donde los recién llegados tengan algún familiar. "Hemos visto que entre el 15% y el 20% de los migrantes que llegan optan por permanecer en la capital porque no tienen otro lugar adónde ir y el bus se vuelve la única alternativa para ellos", explica Abel Núñez, director del Centro de Recursos Centroamericano (Cercacen), una organización que se ha encargado de recibir y apoyar a los migrantes que llegan a Washington.
Pero existe también un problema de alojamiento porque los albergues para inmigrantes están desbordados. Y cada vez quedan menos vacantes en los hoteles que fueron rentados para afrontar semejante cuadro. Eso llevó a que muchos de los migrantes se vean obligados a dormir en estaciones de trenes o de micros. Los que deciden seguir viaje hacia otros Estados reciben un pasaje de autobús, pero también se encuentran en la disyuntiva de qué hacer -desde lo legal y desde lo social- una vez que alcanzan un nuevo destino.
Las autoridades locales califican esta polémica medida de los republicanos como un acto "racista". A la vez que señalan que no están en capacidad de recibir a todos. "Al principio pensamos que era solo una jugada de propaganda política, que los gobernadores enviarían un par de buses por unas semanas a Washington y cantarían victoria", le contó Nuñez a la BBC . "Esto es una bomba de tiempo. Se está generando una crisis humanitaria silenciosa, una de las peores crisis humanitaria que ha vivido la capital de Estados Unidos", agregó.
Washington es una ciudad que, por sus características, no está acostumbrada a recibir un gran flujo de migrantes y por eso pidió ayuda al gobierno federal. La alcaldesa Muriel Bowser recurrió a la asistencia de la Guardia Nacional para poder atender a los migrantes, pero el Pentágono de lo denegó, argumentando que no están entrenados para esas actividades.
Las organizaciones que trabajan y ayudan a los migrantes en situación de vulnerabilidad vienen alertando desde hace meses sobre la gravedad de la situación. "Se ha creado una crisis en la que nadie parece quererse hacer responsable de los migrantes", aseguró Ashley Tjhung, una de las coordinadoras de Migrant Solidarity Mutual Aid Network, una red de organizaciones civiles que se han unido para ayudar a los que llegan. "Los gobiernos de Texas y Arizona los mandan a la capital. Las autoridades de la capital dicen que es el gobierno federal el que se debe ocupar de ellos. El gobierno federal dice que no es su problema. Y en el medio, están estos seres humanos vulnerables que están siendo usados como peones en un macabro juego político", agrega.
Mientras que las administraciones demócratas responsabilizan a los republicanos por semejante "crisis humanitaria", los gobiernos de los Estados fronterizos argumentan que con la tan polémica medida buscan "ayudar a los migrantes" y mostrar a las "ciudades santuarios" -definición que le otorgan aquellas urbes más receptivas con los derechos de los inmigrantes- lo que se vive actualmente en el sur con la llegada masiva de personas.
El conflicto viene escalando a tal punto que el gobierno de Joe Biden calificó la actitud de las autoridades estaduales republicanas como un "berriche" y que están utilizando a los "migrantes desesperados" como peones. "Es el berrinche más reciente del gobernador (de Texas), otro berrinche de transportar en autobús a inmigrantes desesperados. Y los está usando como un juego político. Esto es lo que ha estado haciendo y es vergonzoso", dijo la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean Pierre.
Sea un "berrinche" o como quieran denominarlo, semejante situación evidencia una guerra política entre políticos republicanos y demócratas que mantiene como rehenes a personas vulnerables. A migrantes que, después de travesías donde incluso perdieron familia y afectos, llegan con la última energía y ven como sus esperanzas de un futuro un poco más prometedor se diluyen en las ambiciones y mezquindades de la política interna de la principal potencia del Mundo. Y en la que sus actores, en el sentido literal de las palabras, no parecen ni muy demócratas ni muy republicanos.
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