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El ColdplayGate: recital, escándalo y hecatombe laboral

  • Foto del escritor: MundoNews
    MundoNews
  • 21 jul
  • 4 Min. de lectura

Por Diego Quindimil (*)



DIEGO QUINDIMIL.
DIEGO QUINDIMIL.

Un abrazo en un recital. Un gesto íntimo, fugaz, atrapado por una cámara y amplificado por millones de pantallas. El CEO de la empresa de tecnología Astronomer, junto a su directora de Recursos Humanos, fue captado por la famosa Kiss Cam (la cámara que captura besos) en un recital de Coldplay. Y lo que parecía una escena trivial —un abrazo entre dos adultos en un espacio público— terminó convirtiéndose en un escándalo global. Suspensiones, investigación interna, memes, análisis éticos, metáforas de liderazgo y una empresa en crisis.


¿Por qué una escena tan breve genera tanto revuelo? ¿Qué se puso en juego ahí? ¿Por qué tantas personas se sienten interpeladas, molestas o fascinadas? Más allá del espectáculo mediático, el caso revela algo que solemos pasar por alto: que las organizaciones están hechas de personas, y que las personas no son solo profesionales funcionales, sino sujetos atravesados por pasiones.



NO HAY ORGANIZACIÓN SIN SUJETOS Y NO HAY SUJETOS SIN PASIONES


El psicoanálisis sabe desde hace tiempo que los afectos no son “ruidos” en el sistema. Son el sistema. Germán García, en “El curso de las pasiones”, retoma a Lacan para recordarnos que el amor, el odio, la envidia, la ignorancia o la alegría no son simplemente emociones privadas, sino estructuras del lazo social, modos en que nos relacionamos con los otros, con el poder, con el deseo, con lo que falta y con lo que nos excede.


Y si hay un lugar donde esas pasiones se despliegan con fuerza, aunque muchas veces en silencio, es el mundo del trabajo. La oficina, el negocio, la fábrica, la start-up: todos escenarios donde se cruzan jerarquías, expectativas, miedos, reconocimiento, frustración y deseo.


Nietzsche tituló uno de sus libros “Humano, demasiado humano”. No como crítica, sino como advertencia: que lo humano es contradictorio, tenso, frágil. Y en el trabajo ocurre lo mismo. Nos exigimos ser coherentes, eficientes, transparentes. Pero al mismo tiempo deseamos, tememos, competimos, ocultamos y mostramos.


UNA CONTRADICCIÓN INEVITABLE


El caso del CEO de Astronomer es un espejo incómodo. Porque si algo revela es la distancia entre la moral que predicamos y la subjetividad que encarnamos. Nos indignamos ante lo que vemos en otros, mientras toleramos contradicciones propias invisibles. Como cultura, muchas veces les pedimos a los líderes que sean éticos, ejemplares, sin fisuras. Pero no hay subjetividad sin grietas.


¿Es ético que el CEO y la directora de RRHH tengan una relación? ¿Hay abuso de poder? ¿Hay conflicto de intereses? Son preguntas necesarias. Pero hay otra pregunta que incomoda más: ¿por qué nos cuesta tanto aceptar que lo humano se filtra en el trabajo? ¿Por qué lo que no encaja con el ideal profesional se transforma tan rápido en vergüenza o escándalo?


Germán García advierte que la envidia suele operar en silencio. No se envidia el objeto, sino la aparente completud del otro. En el mundo laboral, se envidia al que parece feliz, al que goza, al que se permite algo. Y esa envidia muchas veces se disfraza de indignación moral.


Al mismo tiempo, muchas organizaciones exigen sacrificio: “dar todo”, “ponerse la camiseta”, “no mezclar lo personal con lo profesional”.


Pero ¿cuál es el costo psíquico de esa exigencia?


¿Qué se reprime, qué se desplaza, qué se actúa por fuera de las normas, cuando las normas niegan el deseo?


¿Qué cultura laboral estamos construyendo?


El episodio de Astronomer es apenas una chispa que revela una tensión mayor: la dificultad que tienen muchas organizaciones para integrar lo humano en su lógica. Se diseñan políticas de compliance, se redactan códigos de ética, se hacen campañas de bienestar, pero muchas veces se sigue operando bajo un modelo que exige rendimiento sin afecto, presencia sin deseo, profesionalismo sin contradicción.


Pero los sujetos no funcionan así. En el trabajo, como en la vida, se desea, se odia, se busca reconocimiento, se teme al juicio. Y lo que no se nombra, sabemos, actúa por otro lado. Lacan decía que la alegría es más importante que el goce: es plenitud del ser en el presente. No es manía, no es euforia, no es motivación artificial. Es sentido. Es saber que lo que hacemos tiene valor. En una cultura que solo premia el logro, la alegría se vuelve sospechosa, y el deseo se reprime o se esconde… hasta que una cámara lo revela.


EL DESAFÍO: ACEPTAR LO QUE SOMOS


Como psicólogo que trabaja con organizaciones, puedo decirlo con claridad: no hay salud mental en lo que hacemos (nuestro trabajo) si no hay lugar para lo humano. Y eso incluye el deseo, la palabra, la contradicción, el error, la pasión.


Quizás el problema no sea que dos personas se abracen, sino que ese gesto revela una intimidad que contradice otros vínculos, otros compromisos. El problema no es solo el abrazo: es lo que expone. Y lo que expone —la infidelidad, la transgresión, la tensión entre deseo y norma— nos incomoda porque pone en evidencia lo que preferimos mantener oculto, sobre todo en los espacios laborales jerarquizados


El problema es que no sabemos qué hacer cuando las pasiones afloran, porque el modelo organizacional que heredamos sigue pretendiendo que se puede trabajar sin afectarse. Pero no se puede. Donde hay trabajo, hay humanidad. Donde hay humanidad, hay pasiones. Y donde hay pasiones, hay verdad.


Somos profesionales, sí. Pero antes que nada, somos humanos. Y el trabajo no puede seguir exigiéndonos que dejemos eso afuera de la puerta. Porque, como decía Nietzsche, lo humano no es un desvío: es el punto de partida.


(*) Psicólogo, speaker y director de la consultora Contenido Humano. Es autor de “Mundo Post Covid: La psicología del trabajo tras la pandemia” (Ediciones Granica).


Publicado en colaboración con www.Newsweek.com.ar



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