Eduardo Lozano es un español de 60 años que hace dos permanece internado por las consecuencias del Coronavirus. Sin familia, gestó una propia con el personal médico que lo atendió y salvó cuando estuvo al borde de la muerte. Por fin va a ser dado de alta, pero nada será como antes. Extraña las calles a las que recorrió sin descanso durante tres décadas .
Por Gabriel Michi
Nunca en su vida estuvo tan inmóvil. Nunca Eduardo Lozano estuvo tan estático como estos dos últimos años. El taxista español, que arriba de su auto de alquiler recorrió más de 1 millón de kilómetros, unas 97 vueltas al Mundo, hace 25 meses que no sale del hospital. Lo que no pudo el tránsito infernal en los horarios pico, ni tampoco los accidentes, ni el cansancio de tantos años al volante, lo pudo el COVID 19. Porque sólo las consecuencias de una enfermedad como ésta podría sacar de las calles a Eduardo Lozano. Y eso ocurrió el 22 de marzo de 2020, en los albores de la Pandemia. Desde ese día, este hombre no pudo salir más de su internación. Ahora, en pocos días, recuperará su "libertad".
Cumplió sus 60 años estando en una cama sanitaria. Eduardo había ingresado con 58 al Hospital de Bellvitge, sin saber que se había contagiado de Coronavirus, quizás en su propio taxi. En ese momento su cuadro era sumamente grave. De hecho, fue enviado directamente a la Unidad de Cuidados Intensivos. Allí transcurrieron sus próximos dos meses, donde perdió más de 30 kilos y casi toda su movilidad.
Cuando despertó pudo observar, conmocionado, que sólo podía mover un dedo de su mano derecha. Miró a su alrededor y no entendió nada. Pensó que estaba frente a una película de ciencia ficción, con personas a las que no les podía ver el rostro ni conocer sus gestos. "Vi a toda gente disfrazada, que parecían astronautas", describió. Y siguió: "Cuando abrí los ojos , una enfermera me vio, salió corriendo y, de repente, la habitación se llenó de personas vestidas de blanco". Los trabajadores sanitarios se emocionaron por la vuelta a la vida y a la conciencia de ese paciente al que no habían podido dirigirle la palabra desde que había ingresado dos meses antes. Y por el que habían hecho lo imposible -como en todos los casos- para que sobreviviera, aún después de los dos paros cardiorespiratorios que sufrió en menos de 24 horas.
Fue tal el debilitamiento que padeció Eduardo que, como no podía sostener una lapicera entre sus dedos para comunicarse -hablar era imposible por la traqueotomía a la que fue sometido- una enfermera le diseñó un círculo con letras, al estilo del juego Pasapalabras, para que le marque lo que le quería decir. "Yo las iba señalando, una a una cada letra”, recordó.
En esos dos meses originales y traumáticos, los médicos temieron lo peor. Pero el esfuerzo de los sanitaristas, como del propio paciente, tuvo su coronación cuando pudo ser trasladado desde la UCI a una habitación común. Fue tal la emoción de todo el personal que ese proceso tuvo su propia ceremonia: todo el equipo del hospital se puso de un lado y otro del pasillo y aplaudieron su pasar. Eduardo no pudo contener las lágrimas. Estuvo en esa habitación común del Hospital de Bellvitge por algún tiempo hasta que le llegó el traslado al centro sociosanitario Hestia Duran i Reynals, donde permanece hasta hoy en día, a la espera de que llegue la tan ansiada alta médica.
La prolongada internación hizo su mella, en particular aquella interminable estancia en Cuidados Intensivos. Sus articulaciones se debilitaron, mover las piernas fue todo un sacrificio y las heridas y escoriaciones en ese sector de su cuerpo (por estar tanto tiempo boca abajo), se combinaban con sus problemas internos. "Pensé muchas veces que no podía más, que me rendía ", confesó. Sin embargo, su coraje y sus ganas de vivir si pudieron y hoy, paso a paso, ya pudo volver a caminar con la ayuda de un andador.
La primera vez que pudo "salir" a la calle fue cuando tuvo que ser trasladado al hospital Bellvitge para someterse a unos estudios. Al chofer de la ambulancia le pidió que conduzca despacio para poder "ver todo". Extrañaba la calle, esa a la que a bordo de su taxi, recorrió sin descanso. En ese vehículo de cuatro ruedas transitó su vida. Conociendo historias y escribiendo la suya, sin esposa y sin hijos, sin hermanos y con sus padres ya fallecidos, y con una nueva familia formada con el personal sanitario que lo atendió y lo salvó. "Por una parte tengo ganas de salir, pero por otra no, porque dejaré de ver a toda esta gente. A mí, la vida me ha dado una segunda oportunidad ". Una segunda oportunidad que no quiere desaprovechar. Quizás ya no a bordo del taxi donde trascurrió las últimas tres décadas y recorrió el equivalente a 97 vueltas el Mundo, 1.240.000 kilómetros. “No puedo volver a hacer mucho de lo que hacía antes, pero algunas cosas sí que podré hacerlas... y las haré”, promete. Como también su único sueño, después del COVID eterno. Eduardo Lozano sólo quiere "vivir la vida". Con todo lo que eso significa.
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