Los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki alzan su voz contra las armas nucleares
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A 80 años de las bombas estadounidenses que mataron a más de 200.000 personas en Japón, el reclamo de las víctimas tiene un eco especial ante las amenazas en el presente.
Por Gabriel Michi

Nunca ningún gobierno, ningún país, se había animado a tanto. Ni nunca más algún otro lo hizo después. Lanzar bombas nucleares sobre seres humanos era algo inconcebible, impensable, fuera de cualquier posibilidad. Hasta ese momento. Y lo fue después de conocerse las masacres que produjeron. Fue Estados Unidos el único país en el Mundo y en toda la Historia que se atrevió a semejante barbarie. Y lo hizo sobre dos ciudades de Japón, Hiroshima y Nagasaki, hace exactamente 80 años. Con una diferencia de apenas tres días, mató a cerca de 200.000 personas en esas trágicas jornadas de las explosiones y los meses siguientes. Y dejó una huella de dolor y destrucción imborrable para la memoria colectiva de los habitantes del lugar (y de toda la Humanidad). Hoy los sobrevivientes de la brutal y masiva matanza reclaman que nadie olvide lo que pasó y bregan para no se vuelva a agitar la amenaza nuclear, tal como viene ocurriendo en los últimos meses en el Mundo.
Los ataques de Estados Unidos a Hiroshima el 6 de agosto de 1945 -a las 8:15 horas, cuando un bombardero B-29 llamado Enola Gay lanzó la primera bomba atómica, bautizada como "Little Boy" y a Nagasaki tres días después - el 9 de agosto a las 11:02 horas, cuando el bombardero Bockscar dejó caer la segunda bomba, llamada "Fat Man"- no sólo causaron la muerte a más de 200.000 personas para finales de ese año sino que provocaron gravísimas enfermedades causadas por la radiación que se propagaron en el tiempo. Hoy, ocho décadas después se calcula que aún existen unos 100.000 sobrevivientes de aquellas dos bombas nucleares, muchos de ellos afectados a tal punto de tener que ocultar su apariencia y otros tantos que aún sufren los daños morales y psicológicos de esa barbarie con la que EE.UU. logró la rendición nipona, uno de los tres países del Eje (con Alemania e Italia) y se precipitó el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero con ese altísimo costo humano.
Hoy, viendo cómo distintos países se amenazan con armas nucleares -hay entre 12.000 y 15.000 ojivas en manos de 9 naciones-, quienes atravesaron semejantes catástrofes quieren despertar la conciencia del resto para evitar que esas hecatombe se repitan. Uno de ellos es Kunihiko Iida (83), quien es guía voluntario en el Parque Memorial de la Paz de Hiroshima y desde allí busca enseñar, a propios y extraños, lo que representó esa masacre. En especial a los extranjeros, ya que muchos no dimensionan lo ocurrido. Para Iida no es algo sencillo: le llevó más de seis décadas poder hablar de su calvario ante la gente. Su propia historia sintetiza el sufrimiento de todo su pueblo.
Cuando EE.UU, arrojó su primera bomba nuclear de uranio sobre Hiroshima, este hombre -que por entonces era un niño de 3 años- estaba en su casa a apenas 900 metros del hipocentro del horror. A pesar de las ocho décadas trascurridas aún recuerda en el cuerpo la brutalidad de la explosión y esa sensación de ser lanzado por la onda expansiva hacia afuera del edificio. Kunihiko Iida quedó enterrado bajo los escombros, con trozos de vidrios incrustados en todo su pequeño cuerpo. Fue entonces cuando empezó para pedir ayuda a su mamá, pero quien lo pudo rescatar fue su abuelo. La tragedia recién comenzaría: en el plazo de un mes, su madre (de 25 años) y su hermana (de cuatro años) murieron tras desarrollar hemorragias nasales, problemas de piel y fatiga. Esos propios padecimientos físicos los sufrió el mismo Kunihiko durante mucho tiempo.
Desde que pudo romper con el silencio, el testimonio de Kunihiko Iida cobró una fuerza especial en el reclamo mundial por abolición nuclear y el control de las armas con esa tecnología. Su voz se hizo escuchar en distintos encuentros a lo largo del Mundo y hoy intenta llevar ese mensaje a los poderosos pero también a estudiantes para que conozcan de primera mano lo que son las secuelas de un ataque nuclear. “El único camino hacia la paz es la abolición de las armas nucleares. No hay otra manera”, sostiene Iida.

Otra sobreviviente (en su caso de la bomba estadounidense sobre Nagasaki) es Fumiko Doi (86), quien aquel 9 de agosto de 1945 tuvo la paradójica suerte de que su tren se retrasó y por eso no estuvo más cerca del epicentro donde se dio la explosión. Sino, no hubiese podido contar su historia. Si el ferrocarril hubiese llegado a la estación de Urakami a las 11:00 -como estaba previsto- hubiese sido alcanzada por la onda expansiva de la bomba que cayó en una catedral muy cercana. Pero una imprevista -y salvadora- demora lo detuvo 5 kilómetros antes de su destino. Doi, que por ese entonces tenía apenas 6 años, pudo ver desde las ventanas de su vagón el destello de la brutal explosión. Llegó a cubrirse los ojos y la cara, evitando las múltiples esquirlas de las ventanas rotas. Los pasajeros cercanos la cubrieron para protegerla. Las imágenes que aún recuerda esta mujer eran desesperantes y dolorosas: la gente tenía el pelo quemado, sus rostros estaban renegrecidos por el hollín radiactivo y su ropa eran pedazos de trapos deshilachados y estropeados.
Como a otros sobrevivientes a Doi le llevó mucho tiempo poder contar lo que sufrió: recién lo pudo hacer cuando se desató el desastre nuclear de Fukushima en 2011, tras un fuerte terremoto y un tsunami que causaron contaminación radiactiva.. A sus propios hijos se los narró por escrito, pero por años ocultó ante otras personas su condición de sobreviviente por miedo a la discriminación, algo que se repite en otros de quienes padecieron los efectos de las bombas nucleares. Ella se casó con otro sobreviviente y ambos temieron que sus cuatro hijos sufrieran los efectos de la radiación. El recuerdo de lo vivido por la madre de Doi y dos de sus tres hermanos que murieron de cáncer (además de otras dos hermanas que han tenido serios problemas de salud) resultaba un durísimo recuerdo, además de una amenaza latente para ellos.
Pero la trágica historia de pérdidas de Doi no terminó allí: su propio padre, que era funcionario local, fue reclutado para recopilar cuerpos y pronto padeció síntomas debido a la radiación que quedó en el ambiente y entre los escombros. A pesar de eso el hombre logró convertirse en maestro y poeta, describiendo lo que había visto, su tristeza y dolor a través de sus escritos.
Hoy esta mujer convirtió todo su sufrimiento en una energía para luchar contra las armas nucleares y suele participar en manifestaciones contra la guerra y las bombas atómicas. En declaraciones a la agencia AP, señaló: “Algunas personas han olvidado los bombardeos atómicos (...) Eso es triste”. Y alertó sobre que las bombas que hoy tienen las nueve naciones con ese tipo de armamento (EE.UU., Rusia, China,. Francia, Reino Unido, Israel, Corea del Norte, India y Pakistán) son mucho más poderosas que las que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki hace 80 años. En ese sentido, expresa: “Si una cae en Japón, quedaremos destruidos. Si se usan más en todo el Mundo, será el fin de la Tierra".
Los testimonios de los sobrevivientes de las únicas dos bombas atómicas lanzadas contra los seres humanos son la prueba más desgarradora de lo que significó ese horror. Un horror que tuvo como victimario a los EE.UU. y como víctimas a los ciudadanos japoneses de Hiroshima y Nagasaki. Un horror que nadie puede ni debe olvidar. Por el pasado. Pero también por la amenaza presente y futura. Por la Humanidad.

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