En el país con más católicos en el Mundo, sacerdotes y obispos levantan su voz contra el presidente de Brasil. Lo acusan de "genocidio" y de planificar las muertes de los vulnerables por el COVID 19. También por la destrucción de la Amazonia y el exterminio de los indígenas. Y hasta señalan que quien lo votó debe confesarse y pedir perdón. Un enemigo poderoso para un hombre que se refugia en los sectores más conservadores del culto evangélico.
Por Gabriel Michi
Jair Bolsonaro sabe que no todos sus enemigos tienen la misma estatura. Por lo menos en cuanto al peso político que cada uno representa frente a la sociedad brasileña. Y desde hace un tiempo se ha ganado la enemistad de un sector muy poderoso: la Iglesia católica. Cada vez más voces se alzan desde ese sector, en el país con más fieles de ese culto en el Mundo. Los desmanejos, la irresponsabilidad y la indolencia que ha demostrado el presidente de Brasil frente a la Pandemia de Coronavirus provocó que figuras de relieve del clero salgan a repudiar y cuestionar las consecuencias de un negacionismo que lo ubicó en el segundo país con más contagios y muertos en el Planeta, después de los Estados Unidos.
Hoy a Bolsonaro (que esta semana tuvo su segundo test positivo de COVID 19) lo acusan de ejecutar un "genocidio", de actuar intencionalmente contra los sectores más vulnerables, de promover una cultura del odio y atentar contra la democracia, de perseguir a los pueblos indígenas, de conspirar contra el medio ambiente y hasta de intentar comprar voluntades esquivas. No lo dice un partido político de la oposición, ni un movimiento social, ni tampoco un sindicato. Lo dicen miembros destacados de la Iglesia católica. Nada más y nada menos.
El último capítulo de esta novela brasileña lo acaba de escribir un prestigioso y comprometido escritor y fraile dominico Carlos Alberto Libânio Christo, más conocido como Frei Betto. En una carta pública donde pide la solidaridad y la presión del Mundo frente a las tropelías y despropósitos cometidos por Bolsonaro señala: "¡En Brasil hay un genocidio! Al momento de escribir, 16/7, Covid-19, que surgió aquí en febrero de este año, ya ha matado a 76,000 personas. Ya hay casi 2 millones de infectados. Para el domingo 19 de julio, alcanzaremos 80,000 muertes. Es posible que ahora, cuando leas este llamamiento dramático, ya alcances los 100 mil".
"Este genocidio no es el resultado de la indiferencia del gobierno de Bolsonaro. Es intencional. Bolsonaro está satisfecho con la muerte de otros. Cuando un diputado federal, en una entrevista televisiva en 1999, declaró: '¡Al votar no cambiarás nada en este país, nada, absolutamente nada! Desafortunadamente, solo cambiará si un día vamos a una guerra civil aquí, y hacemos el trabajo que el régimen militar no hizo: matar a unos 30 mil'”, escribe Frei Betto, quien fuera perseguido, encarcelado y torturado por la dictadura brasileña.
Y, en su diagnóstico va más allá: directamente acusa al gobierno de Brasil de permitir intencionalmente la muerte de los más vulnerables por el Coronavirus: "Las razones de la intención criminal del gobierno de Bolsonaro son evidentes. Dejar morir a los ancianos para ahorrar recursos de la Seguridad Social. Dejar morir las enfermedades preexistentes para ahorrar recursos del SUS, el sistema nacional de salud. Permitir que los pobres mueran para ahorrar recursos de Bolsa Família y otros programas sociales para los 52.5 millones de brasileños que viven en la pobreza y los 13.5 millones que están en la pobreza extrema", detalla en la carta, cuyo texto se reproduce en forma completa al final de este artículo.
Otras voces
Pero Frei Betto no fue la única voz desde la Iglesia católica que se alzó contra el presidente brasileño. A principios de julio, en una misa que se transmitió por streaming, Edson Adélio Tagliaferro sostuvo que “quienes votaron a Bolsonaro tienen que confesarse y pedir perdón a Dios”. Y fue más allá: "Él no sirve. Bolsonaro no vale nada. Quien le votó tiene que confesarse. Pedir perdón a Dios por el pecado que cometió, porque eligió a un bandido como Presidente”. Esto transcurrió en la iglesia Nuestra Señora de los Dolores, en el estado de San Pablo.
“Él habla de Dios por encima de todo, pero no es el Dios de Jesús, porque el Dios de Jesús es el que predica por la vida. A veces las personas me dicen: ‘Padre, cuidado lo que dice durante la homilía porque hay a personas que no les gusta’. ¿Pero qué es lo que tengo que decir durante la homilía? Lo que Dios nos pide hablar. Si nosotros estamos viendo que el gobierno no sirve, no podemos decir que sirve porque el pueblo no quiere escuchar eso”, sentenció Tagliaferro, aunque luego en una entrevista matizó sus palabras.
También hubo planteos desde voces que tienen representación institucional dentro de la Iglesia Católica brasileña. El obispo católico de Roraima, Mário Antônio da Silva, quien también es segundo vicepresidente de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB), le pidió al mandatario que "no queremos una nación a la deriva sin proyectos de vida y democracia, sin esperanza para la población". El obispo, en medio de una celebración por la "Semana de los Migrantes" desafió: "necesitamos tener el coraje de Jeremías (el profeta bíblico) ante el desmantelamiento de los derechos que vivimos en nuestro Brasil, el desenfreno irónico de nuestros gobiernos, el autoritarismo y la mala gestión en nuestra nación en este tiempo de Pandemia".
Días antes, la propia Conferencia Episcopal salió a desmentir que hubiese un acuerdo económico entre el gobierno y medios de comunicación que dependen de Iglesia para respaldar a Bolsonaro. Lo hizo a través de un comunicado titulado "La Iglesia Católica no hace negocios". Y fue más allá: también cuestionó que el presidente haya vetado una ley que contemplaba una serie de medidas para garantizar la salud de los pueblos originarios amenazados por el Coronavirus, principalmente en la Amazonia. La normativa (1142/2020), a la que también hace referencia Frei Betto en su misiva, fue aprobada por el Parlamento y establecía que el Estado debía garantizar la provisión y realización de test rápidos a los pueblos originarios, como así también los recursos sanitarios indispensables para hacer frente a la Pandemia (respiradores, camas en salas de terapia intensiva, acceso agua potable), en momentos donde los indígenas de ese país aparecen en una situación dramática por esta enfermedad.
En el documento firmado por el titular de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB, según su sigla en portugués), Walmor Azevedo de Oliveira se señala: "Estos vetos son éticamente indefendibles e inhumanos, pues niegan garantías fundamentales para la vida de los pueblos originarios". La Iglesia católica le está exigiendo al Parlamento brasileño que asuma una "posición fuerte, decisiva y definitiva a favor de la vida" y que revoque el veto de Bolsonaro.
El frente que se le abrió a Bolsonaro con el tema de la destrucción de la Amazonia y la persecución de los pueblos originarios que allí residen escaló muy alto en la Iglesia Católica, llegando incluso hasta al Papa Francisco. De hecho, el año pasado con la realización del Sínodo en defensa del principal pulmón del Planeta, le marcaron la cancha de manera contundente. Y esa declaración no quedó sólo en un documento sino que se tradujo en actos concretos: a principios de julio se creó la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), que preside el cardenal brasileño, Claudio Hummes, conocido como el "obispo obrero" por su apoyo espiritual en la fundación del Partido de los Trabajadores (PT) y su amistad con su líder, Luiz Inácio "Lula" da Silva, tal como informó Mundonews en una columna del periodista Lucas Schaerer.
Allí se cuenta que: "Al etnocidio se suma al saqueo de la tierra, o sea la casa de los propios pueblos indígenas, y la mayor fuente de agua dulce y pulmón del mundo. La deforestación en la selva tropical brasileña, según datos del Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE) de Brasil, hizo desaparecer más de 405,6 kilómetros cuadrados de selva tropical en un mes, una vasta franja aproximadamente del tamaño de California. El primer trimestre del 2020 ya había visto un aumento de más del 50% en la deforestación en comparación con el año pasado, según datos del INPE".
En el documento se señala que la importancia de la creación de esta Conferencia Eclesial radica en el contexto que se está viviendo en esa región: "En estos tiempos difíciles y excepcionales para la Humanidad, cuando la Pandemia del Coronavirus impacta fuertemente a la región panamazónica, y las realidades de violencia, exclusión y muerte contra el bioma y los pueblos que la habitan, claman por una urgente e inminente conversión integral".
Y hubo otra acción concreta que desafía la política de olvido y destrucción sobre la Amazonia encarada por el presidente de Brasil: el Vaticano envión un barco hospital llamado "Papa Francisco" que recorre los cauces de este río brindando atención sanitaria a los pueblos originarios. Tiene 32 metros de eslora y cuenta con 23 profesionales de la salud, salas de rayos X, mamografía, ecocardiograma, pruebas de esfuerzo, sala de operaciones, laboratorio de análisis, farmacia, sala de vacunación, consultorios médicos, oftalmológicos y odontológicos, así como camas de internación. Una forma de decir presente en donde el Estado brasileño está, cuanto menos, ausente.
La "Armada" de Bolsonaro
Frente a las lluvias de críticas del clero católico, Jair "Messías" Bolsonaro se recuesta en los sectores más conservadores del culto evangélico. Ya el año pasado había tenido un respaldo importante cuando participó en una ceremonia del Frente Parlamentario Evangélico en la Cámara de Diputados. Ese bloque, la "Bancada de la Biblia", agrupa a un centenar de legisladores de varios partidos, en general de ultraderecha, que representan el 20% de la Cámara baja. Y que tienen un poder de fuego muy importante, no sólo por su creciente influencia dentro de la sociedad (donde en los últimos años han arrebato un gran número de fieles al catolicismo) sino también en los medios de comunicación. De hecho, una de las cadenas de televisión más importante de Brasil, TV Récord, es parte de esa maquinaria comunicacional y fue fundamental en el triunfo electoral del actual ocupante del Palacio del Planalto sobre el candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad.
Bolsonaro es católico, pero sus diferencias con el Papa Francisco y con gran parte de este culto, lo acercaron al movimiento neopentecostal que fue clave en su triunfo en las elecciones que lo llevaron a la Presidencia de Brasil. Uno de esos movimientos lo corporizarla omnipresente en los medios Iglesia Universal del Reino de Dios. Esos apoyos fueron retribuidos por Bolsonaro con gestos concretos como la presencia en la mencionada reunión de la Cámara de Diputados pero también en su participación en la multitudinaria Marcha por Jesús realizada anualmente en San Pablo. Fue el primer presidente de la historia brasileña que se hizo presente en esa movilización religiosa.
Los evangélicos no son un bloque único: hay distintas ramas y expresiones de fe. En ellas figuran los pentecostales o neopentecostales, bautistas, presbiteranos, entre otras. Hoy, según distintas estimaciones, representan cerca del 30% por ciento de la población de Brasil, es decir unos 65 millones de fieles sobre los 210 millones de habitantes que en total tiene el gigante latinoamericano. Hoy los católicos serían cerca del 60% del pueblo brasileño, es decir unos 130 millones de personas. O sea, siguen siendo mayoría. Y, de hecho, Brasil sigue siendo el país con más católicos del Mundo. En ese escenario aparece un líder como Bolsonaro, en donde también hay una puja de fe. Y de poder. Un poder que se divide entre los que apoyan sus posturas de extremistas y quienes lo acusan hasta de "genocidio". El Presidente brasileño se ha ganado un enemigo poderoso. Y esa es una pelea que nunca se sabe cómo termina.
La contundente carta de Frei Betto
Queridos amigos:
¡En Brasil hay un genocidio! Al momento de escribir, 16/7, Covid-19, que surgió aquí en febrero de este año, ya ha matado a 76,000 personas. Ya hay casi 2 millones de infectados. Para el domingo 19 de julio, alcanzaremos 80,000 muertes. Es posible que ahora, cuando leas este llamamiento dramático, ya alcances los 100 mil.
Cuando recuerdo que en la Guerra de Vietnam, durante más de 20 años, se sacrificaron 58,000 vidas del personal militar de EE.UU., Tengo el alcance de la seriedad de lo que está sucediendo en mi país. Este horror causa indignación y revuelta. Y todos sabemos que las medidas cautelares y restrictivas, adoptadas en tantos otros países, podrían haber evitado tal número de muertos.
Este genocidio no es el resultado de la indiferencia del gobierno de Bolsonaro. Es intencional. Bolsonaro está satisfecho con la muerte de otros. Cuando un diputado federal, en una entrevista televisiva en 1999, declaró: “¡Al votar no cambiarás nada en este país, nada, absolutamente nada! Desafortunadamente, solo cambiará si un día vamos a una guerra civil aquí, y hacemos el trabajo que el régimen militar no hizo: matar a unos 30 mil”.
Al votar a favor del juicio político del presidente Dilma, ofreció su voto en memoria del torturador más notorio del ejército, el coronel Brilhante Ustra.
Debido a que está tan obsesionado con la muerte, una de sus principales políticas gubernamentales es liberar el comercio de armas y municiones. Cuando se le preguntó en la puerta del palacio presidencial si no le importaban las víctimas de la Pandemia, respondió: "No creo en estos números" (27/03, 92 muertes); "Todos moriremos un día" (29/03, 136 muertes); "¿Y? ¿Que quieres que haga? " (28/4, 5,017 muertes).
¿Por qué esta política necrofílica? Desde el principio, declaró que lo importante no era salvar vidas, sino la economía. De ahí su negativa a declarar un cierre, cumplir con las pautas de la OMS e importar respiradores y equipo de protección personal. La Corte Suprema tuvo que delegar esta responsabilidad a los gobernadores y alcaldes.
Bolsonaro ni siquiera respetó la autoridad de sus propios ministros de salud. Desde febrero, Brasil ha tenido dos, ambos despedidos por negarse a adoptar la misma actitud que el presidente. Ahora, al frente del ministerio, está el general Pazuello, que no entiende nada sobre el tema de la salud; trató de ocultar los datos sobre la evolución del número de víctimas del Coronavirus; empleó a 38 militares en funciones clave del ministerio, sin las calificaciones requeridas; y canceló las entrevistas diarias para las cuales la población recibió orientación.
Sería exhaustivo enumerar aquí cuántas medidas para liberar recursos para ayudar a las víctimas y las familias de bajos ingresos (más de 100 millones de brasileños) nunca se han implementado.
Las razones de la intención criminal del gobierno de Bolsonaro son evidentes. Dejar morir a los ancianos para ahorrar recursos de la Seguridad Social. Dejar morir las enfermedades preexistentes para ahorrar recursos del SUS, el sistema nacional de salud. Permitir que los pobres mueran para ahorrar recursos de Bolsa Família y otros programas sociales para los 52.5 millones de brasileños que viven en la pobreza y los 13.5 millones que están en la pobreza extrema. (Datos del gobierno federal).
No satisfecho con tales medidas letales, el presidente ahora vetó, en el proyecto de ley sancionado 3/7, el tramo que requería el uso de máscaras en establecimientos comerciales, templos religiosos e instituciones educativas. También vetó la imposición de multas para quienes infringen las reglas y la obligación del gobierno de distribuir máscaras a los más pobres, principales víctimas de Covid-19, y a los prisioneros (750 mil). Sin embargo, estos vetos no anulan las leyes locales que ya establecen el uso obligatorio de una máscara.
El 7/8, Bolsonaro anuló extractos de la ley aprobada por el Senado que requería que el gobierno proporcionara agua potable y materiales de higiene y limpieza, instalaciones de Internet y distribución de canastas básicas, semillas y herramientas agrícolas a las aldeas indígenas. También vetó fondos de emergencia para la salud de los indígenas, y facilitó el acceso de indígenas y quilombolas a ayuda de emergencia de 600 reales (100 euros o 120 dólares) durante tres meses. También vetó la obligación del gobierno de ofrecer más camas de hospital, ventiladores y máquinas de oxigenación de la sangre a los pueblos indígenas y quilombolas.
Los indígenas y los quilombolas han sido diezmados por la creciente devastación socioambiental, especialmente en la Amazonía.
Corra la voz sobre este crimen contra la humanidad tanto como sea posible. Las denuncias de lo que sucede en Brasil deben llegar a los medios de comunicación de su país, las redes digitales, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra y la Corte Internacional de La Haya, así como a los bancos y empresas que albergan a esos codiciados inversores. por el gobierno de Bolsonaro.
Mucho antes de que lo hiciera el periódico The Economist, en las redes digitales trato al presidente como BolsoNero, mientras Roma arde, él toca la lira y anuncia Cloroquina, una droga sin eficacia científica contra el nuevo Coronavirus. Sin embargo, sus fabricantes son aliados políticos del presidente ...
Le agradezco su amable interés en difundir esta carta. Sólo la presión del exterior podrá detener el genocidio que está asolando a nuestro amado y maravilloso Brasil.
Fraternalmente,
Frei Betto (*)
(*) Fraile dominico y escritor, asesor de la FAO y los movimientos sociales.
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