Más allá del trágico saldo de muerte, destrucción y desolación, el conflicto está produciendo efectos colaterales: por ejemplo, el corte del suministro del gas ruso obliga a las naciones europeas a buscar fuentes alternativas de energía. Entre ellas la vuelta a la leña y el carbón. Así varios países de la UE no podrán cumplir los objetivos de lucha contra el cambio climático.
Por Gabriel Michi
Los cinco meses de guerra entre Rusia y Ucrania tiene múltiples efectos. Los más duros y desgarradores son los que de traducen en miles de muertes, destrucción y crisis migratorias y humanitarias. Pero también hay otras consecuencias colaterales. Vinculadas a lo económico. E incluso a lo medioambiental. Las sanciones contra el país gobernado por Vladimir Putin y la respuesta del líder ruso, están cambiando todas las planificaciones que habían diagramado los países europeos.
El caso más evidente es lo que está produciendo el corte del suministro de gas que venía abasteciendo a la Unión Europea. En las últimas horas el gigante gasístico ruso Gazprom anunció una nueva bajada del suministro por el gasoducto Nord Stream, el más importante que llega a Alemania. A partir del 27 de julio enviará apenas 33 millones de metros cúbicos diarios equivalente al 20% del suministro actual. Si bien la empresa señaló que eso es parte de una simple revisión técnica, no escapa a la realidad general de una disminución categórica de esa energía desde que comenzó la invasión rusa el pasado 24 de febrero. El Kremlin insistió en que Rusia "no está interesada" en cesar el suministro de gas. Pero la UE tuvo que acelerar aún más el Plan Europeo de Reducción de Demanda de Gas. Con esta estrategia busca prepararse para un posible corte total del suministro de gas ruso.
Esta situación está llevando a que diferentes países deban recalcular los objetivos incluso planteados en compromisos internacionales para frenar el cambio climático. Por ejemplo Alemania, que tuvo que recalibrar sus centrales de carbón para reducir su consumo de gas.
Robert Habeck, vicecanciller y ministro federal de Economía y Protección Climática, perteneciente al partido ecologista que integra la coalición de gobierno, calificó esta modificación como algo "amargo, pero indispensable". Eso choca con las pretensiones de cumplir con los objetivos de la lucha contra el calentamiento global que se ratificaron en la última Cumbre de Glasgow y en sus antecesoras: el Protocolo de Kyoto y el Acuerdo de París, donde se pusieron metas concretas de reducción de esa energía tan contaminante como el carbón. De hecho, el gobierno germano va a echar mano a las centrales de carbón "de reserva", que actualmente solo estaban disponibles como último recurso, lo que aumentará la generación de CO2.
El problema no es sólo la disminución de la provisión del gas sino el consecuente encarecimiento que se produjo a escala mundial. A eso se suma el posible advenimiento de un invierno duro, que necesitará de mayor consumo de ese combustible. Alemania debe buscar cómo reemplazar ese 15% de su energía en 2021 se produjo con gas, un recurso que importaba en un 60% de Rusia.
Las autoridades de la principal potencia de la UE se había comprometido a que en el año 2038 eliminaría por completo el uso del carbón. Luego, los integrantes ecologistas de la coalición gubernamental alemana fueron más ambiciosos y fijaron la fecha en 2030, es decir, en apenas 8 años. Hoy, con este cambio de escenario por la guerra y las dificultades gasíferas, esas metas parecen alejarse en el tiempo. Aquella pretensión germana es la misma que acompañan otras naciones como Austria, Bélgica o Suiza, que se plantearon ser neutrales en emisiones contaminantes para el año 2045.
Pero para Alemania ese objetivo se vuelve aún más incansable si se tiene en cuenta que otra de las misiones que se había fijado era dejar de usar todas sus centrales nucleares, cuando este tipo de energía resulta clave para ir reduciendo categóricamente la utilización del carbón. A fines de 2021, el gigante germano mantenía activas seis centrales nucleares con una capacidad conjunta de producción de 8,5GW. En comparación, la capacidad energética teórica de producción de carbón alcanza los 45 GW. Para este 2022, el objetivo del país germano era limitar su producción a 15GW. Algo que ahora aparece como una utopía frente a este nuevo escenario. Hoy, Alemania se encuentra utilizando más de un 40% de la capacidad instalada, superando el límite que ellos mismos querían imponer por ley.
Sin embargo, Alemania no es el único país que se encuentra frente a ese desafío. En Suiza, por ejemplo, sus ciudadanos están agotando las existencias de madera previstas para los próximos meses. Lo plantean como una alternativa para combatir el frío del invierno ante la crisis energética y las previsibles interrupciones del suministro de gas ruso que representa el 47% del consumo nacional. Esto llevó a que a dos meses de inicio del otoño ya estén agotadas las reservas de madera previstas para esa estación. Y hay datos que grafican claramente el grado de preocupación y acopio preventivo que están teniendo los suizos: el ritmo de venta en este verano se equipara al mes de diciembre, es decir para el invierno. Eso llevaría a que en la estación más fría del año (y que Suiza afronta con temperaturas bajo cero constantes) no exista suficiente materia prima para comercializar. Esa situación llevó a que los precios suban un 10%
Y eso no sólo agrava un potencial problema de desforestación sino que además la combustión de madera emite más elementos contaminantes que el gas. El Gobierno suizo y las eléctricas revelaron el miércoles que plantean imponer cortes de energía de hasta cuatro horas el próximo invierno si la crisis energética que sufre Europa continúa. Algo similar ya está ocurriendo en Francia.
Estas son las otras consecuencias que viene provocando esta guerra que ya lleva 5 meses. Si bien la UE prohibió la importación del carbón ruso y la mayor parte del petróleo (algo que se efectivizará a fines de 2022), no incluyó en sus medidas al gas natural porque el bloque de 27 naciones depende de su suministro para su complejo industrial, para generar electricidad y calentar hogares. Pero si Rusia sigue cerrando los grifos de sus gasoductos las consecuencias sobre la economía europea pueden ser devastadoras: sin el gas natural ruso, los especialistas señalan que la UE entraría en recesión. Por ejemplo, Alemania podría tener una caída de 5 puntos en el PBI.
Frente a ese cuadro (y cuidando los bolsillos de sus ciudadanos y su propio caudal político y popularidad) los gobiernos de la UE han decidido mantener la compra de esos productos rusos, pese a la alianza y el apoyo (militar y económico) con Ucrania. Desde el país de Volidymyr Zelensky se han quejado de esa situación porque señalan que la fortuna que Europa pagó por energía a los rusos desde el inicio del conflicto (serían alrededor de 100.000 millones) le sirvió a Putin para engrosar su capacidad armamentística y, con eso, financiar la propia invasión. Algo que MundoNews reveló en su artículo "Las hipocresías de la guerra" y en otro titulado "A pesar de los embargos, Rusia sigue facturando con su petróleo".
Hoy, frente a ese escenario tan complejo los países europeos se encuentran frente a al la encrucijada de qué hacer ante la disminución del gas ruso. Sabiendo que en el horizonte aparecerán más consecuencias. Y efectos impensados.
Commenti